Page 172 - Orgullo y prejuicio
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de la canción y luego siguió hablando, como antes, a su otro sobrino, hasta

                que Darcy la dejó y dirigiéndose con su habitual cautela hacia el piano, se
                colocó  de  modo  que  pudiese  ver  el  rostro  de  la  hermosa  intérprete.
                Elizabeth reparó en lo que hacía y a la primera pausa oportuna se volvió

                hacia él con una amplia sonrisa y le dijo:
                     ––¿Pretende atemorizarme, viniendo a escucharme con esa seriedad? Yo

                no  me  asusto,  aunque  su  hermana  toque  tan  bien.  Hay  una  especie  de
                terquedad  en  mí,  que  nunca  me  permite  que  me  intimide  nadie.  Por  el

                contrario, mi valor crece cuando alguien intenta intimidarme.
                     ––No le diré que se ha equivocado ––repuso Darcy–– porque no cree

                usted sinceramente que tenía intención alguna de alarmarla; y he tenido el
                placer  de  conocerla  lo  bastante  para  saber  que  se  complace  a  veces  en
                sustentar opiniones que de hecho no son suyas.

                     Elizabeth se rió abiertamente ante esa descripción de sí misma, y dijo al
                coronel Fitzwilliam:

                     ––Su primo pretende darle a usted una linda idea de mí enseñándole a
                no  creer  palabra  de  cuanto  yo  le  diga.  Me  desola  encontrarme  con  una

                persona  tan  dispuesta  a  descubrir  mi  verdadero  modo  de  ser  en  un  lugar
                donde  yo  me  había  hecho  ilusiones  de  pasar  por  mejor  de  lo  que  soy.

                Realmente,  señor  Darcy,  es  muy  poco  generoso  por  su  parte  revelar  las
                cosas malas que supo usted de mí en Hertfordshire, y permítame decirle que
                es  también  muy  indiscreto,  pues  esto  me  podría  inducir  a  desquitarme  y

                saldrían a relucir cosas que escandalizarían a sus parientes.
                     ––No le––tengo miedo ––dijo él sonriente.

                     ––Dígame,  por  favor,  de  qué  le  acusa  ––exclamó  el  coronel
                Fitzwilliam––. Me gustaría saber cómo se comporta entre extraños.

                     ––Se lo diré, pero prepárese a oír algo muy espantoso. Ha de saber que
                la primera vez que le vi fue en un baile, y en ese baile, ¿qué cree usted que

                hizo?  Pues  no  bailó  más  que  cuatro  piezas,  a  pesar  de  escasear  los
                caballeros, y más de una dama se quedó sentada por falta de pareja. Señor
                Darcy, no puede negarlo.

                     ––No tenía el honor de conocer a ninguna de las damas de la reunión, a
                no ser las que me acompañaban.
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