Page 180 - Orgullo y prejuicio
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CAPÍTULO XXXIII
En sus paseos por la alameda dentro de la finca más de una vez se había
encontrado Elizabeth inesperadamente con Darcy. La primera vez no le hizo
ninguna gracia que la mala fortuna fuese a traerlo precisamente a él a un
sitio donde nadie más solía ir, y para que no volviese a repetirse se cuidó
mucho de indicarle que aquél era su lugar favorito. Por consiguiente, era
raro que el encuentro volviese a producirse, y, sin embargo, se produjo
incluso una tercera vez. Parecía que lo hacía con una maldad intencionada o
por penitencia, porque la cosa no se reducía a las preguntas de rigor o a una
simple y molesta detención; Darcy volvía atrás y paseaba con ella. Nunca
hablaba mucho ni la importunaba haciéndole hablar o escuchar demasiado.
Pero al tercer encuentro Elizabeth se quedó asombrada ante la rareza de las
preguntas que le hizo: si le gustaba estar en Hunsford, si le agradaban los
paseos solitarios y qué opinión tenía de la felicidad del matrimonio Collins;
pero lo más extraño fue que al hablar de Rosings y del escaso conocimiento
que tenía ella de la casa, pareció que él suponía que, al volver a Kent,
Elizabeth residiría también allí. ¿Estaría pensando en el coronel
Fitzwilliam? La joven pensó que si algo quería decir había de ser
forzosamente una alusión por ese lado. Esto la inquietó un poco y se alegró
de encontrarse en la puerta de la empalizada que estaba justo enfrente de la
casa de los Collins.
Releía un día, mientras paseaba, la última carta de Jane y se fijaba en un
pasaje que denotaba la tristeza con que había sido escrita, cuando, en vez de