Page 182 - Orgullo y prejuicio
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«¿Se referirá esto a mí?», pensó Elizabeth sonrojándose. Pero
reponiéndose contestó en tono jovial:
––Y dígame, ¿cuál es el precio normal de un hijo menor de un conde? A
no ser que el hermano mayor esté muy enfermo, no pedirán ustedes más de
cincuenta mil libras...
Él respondió en el mismo tono y el tema se agotó. Para impedir un
silencio que podría hacer suponer al coronel que lo dicho le había afectado,
Elizabeth dijo poco después:
––Me imagino que su primo le trajo con él sobre todo para tener alguien
a su disposición. Me extraña que no se case, pues así tendría a una persona
sujeta constantemente. Aunque puede que su hermana le baste para eso, de
momento, pues como está a su exclusiva custodia debe de poder mandarla a
su gusto.
––No ––dijo el coronel Fitzwilliam––, esa ventaja la tiene que compartir
conmigo. Estoy encargado, junto con él, de la tutoría de su hermana.
––¿De veras? Y dígame, ¿qué clase de tutoría es la que ejercen? ¿Les da
mucho que hacer? Las chicas de su edad son a veces un poco difíciles de
gobernar, y si tiene el mismo carácter que el señor Darcy, le debe de gustar
también hacer su santa voluntad.
Mientras hablaba, Elizabeth observó que el coronel la miraba muy serio,
y la forma en que le preguntó en seguida que cómo suponía que la señorita
Darcy pudiera darles algún quebradero de cabeza, convenció a Elizabeth de
que, poco o mucho, se había acercado a la verdad. La joven contestó a su
pregunta directamente:
––No se asuste. Nunca he oído decir de ella nada malo y casi aseguraría
que es una de las mejores criaturas del mundo. Es el ojo derecho de ciertas
señoras que conozco: la señora Hurst y la señorita Bingley. Me parece que
me dijo usted que también las conocía.
––Algo, sí. Su hermano es un caballero muy agradable, íntimo amigo de
Darcy.
––¡Oh, sí! ––dijo Elizabeth secamente––. El señor Darcy es
increíblemente amable con el señor Bingley y lo cuida de un modo
extraordinario.