Page 186 - Orgullo y prejuicio
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CAPÍTULO XXXIV
Cuando todos se habían ido, Elizabeth, como si se propusiera
exasperarse más aún contra Darcy, se dedicó a repasar todas las cartas que
había recibido de Jane desde que se hallaba en Kent. No contenían
lamentaciones ni nada que denotase que se acordaba de lo pasado ni que
indicase que sufría por ello; pero en conjunto y casi en cada línea faltaba la
alegría que solía caracterizar el estilo de Jane, alegría que, como era natural
en un carácter tan tranquilo y afectuoso, casi nunca se había eclipsado.
Elizabeth se fijaba en todas las frases reveladoras de desasosiego, con una
atención que no había puesto en la primera lectura. El vergonzoso alarde de
Darcy por el daño que había causado le hacía sentir más vivamente el
sufrimiento de su hermana. Le consolaba un poco pensar que dentro de dos
días estaría de nuevo al lado de Jane y podría contribuir a que recobrase el
ánimo con los cuidados que sólo el cariño puede dar.
No podía pensar en la marcha de Darcy sin recordar que su primo se iba
con él; pero el coronel Fitzwilliam le había dado a entender con claridad
que no podía pensar en ella.
Mientras estaba meditando todo esto, la sorprendió la campanilla de la
puerta, y abrigó la esperanza de que fuese el mismo coronel Fitzwilliam que
ya una vez las había visitado por la tarde y a lo mejor iba a preguntarle
cómo se encontraba. Pero pronto desechó esa idea y siguió pensando en sus
cosas cuando, con total sobresalto, vio que Darcy entraba en el salón.
Inmediatamente empezó a preguntarle, muy acelerado, por su salud,