Page 190 - Orgullo y prejuicio
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mi  honesta  confesión  de  los  reparos  que  durante  largo  tiempo  me

                impidieron  tomar  una  resolución.  Me  habría  ahorrado  estas  amargas
                acusaciones  si  hubiese  sido  más  hábil  y  le  hubiese  ocultado  mi  lucha,
                halagándola  al  hacerle  creer  que  había  dado  este  paso  impulsado  por  la

                razón, por la reflexión, por una incondicional y pura inclinación, por lo que
                sea.  Pero  aborrezco  todo  tipo  de  engaño  y  no  me  avergüenzo  de  los

                sentimientos  que  he  manifestado,  eran  naturales  y  justos.  ¿Cómo  podía
                suponer  usted  que  me  agradase  la  inferioridad  de  su  familia  y  que  me

                congratulase por la perspectiva de tener unos parientes cuya condición están
                tan por debajo de la mía?

                     La  irritación  de  Elizabeth  crecía  a  cada  instante;  aun  así  intentó  con
                todas sus fuerzas expresarse con mesura cuando dijo:
                     ––Se equivoca usted, señor Darcy, si supone que lo que me ha afectado

                es su forma de declararse; si se figura que me habría evitado el mal rato de
                rechazarle si se hubiera comportado de modo más caballeroso.

                     Elizabeth se dio cuenta de que estaba a punto de interrumpirla, pero no
                dijo nada y ella continuó:

                     ––Usted no habría podido ofrecerme su mano de ningún modo que me
                hubiese tentado a aceptarla.

                     De  nuevo  su  asombro  era  obvio.  La  miró  con  una  expresión  de
                incredulidad y humillación al mismo tiempo, y ella siguió diciendo:
                     ––Desde el principio, casi desde el primer instante en que le conocí, sus

                modales me convencieron de su arrogancia, de su vanidad y de su egoísta
                desdén  hacia  los  sentimientos  ajenos;  me  disgustaron  de  tal  modo  que

                hicieron  nacer  en  mí  la  desaprobación  que  los  sucesos  posteriores
                convirtieron  en  firme  desagrado;  y  no  hacía  un  mes  aún  que  le  conocía

                cuando supe que usted sería el último hombre en la tierra con el que podría
                casarme.

                     ––Ha  dicho  usted  bastante,  señorita.  Comprendo  perfectamente  sus
                sentimientos  y  sólo  me  resta  avergonzarme  de  los  míos.  Perdone  por
                haberle hecho perder tanto tiempo, y acepte mis buenos deseos de salud y

                felicidad.
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