Page 195 - Orgullo y prejuicio
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dejan influir por mis esperanzas o temores. No la creía indiferente

                     porque  me  convenía  creerlo,  lo  creía  con  absoluta  imparcialidad.
                     Mis  objeciones  a  esa  boda  no  eran  exactamente  las  que  anoche
                     reconocí que sólo podían ser superadas por la fuerza de la pasión,

                     como en mi propio caso; la desproporción de categoría no sería tan
                     grave en lo que atañe a mi amigo como en lo que a mí se refiere;

                     pero había otros obstáculos que, a pesar de existir tanto en el caso
                     de mi amigo como en el mío, habría tratado de olvidar puesto que

                     no me afectaban directamente. Debo decir cuáles eran, aunque lo
                     haré  brevemente.  La  posición  de  la  familia  de  su  madre,  aunque

                     cuestionable,  no  era  nada  comparado  con  la  absoluta
                     inconveniencia  mostrada  tan  a  menudo,  casi  constantemente,  por
                     dicha  señora,  por  sus  tres  hermanas  menores  y,  en  ocasiones,

                     incluso  por  su  padre.  Perdóneme,  me  duele  ofenderla;  pero  en
                     medio  de  lo  que  le  conciernen  los  defectos  de  sus  familiares  más

                     próximos y de su disgusto por la mención que hago de los mismos,
                     consuélese  pensando  que  el  hecho  de  que  tanto  usted  como  su

                     hermana se comporten de tal manera que no se les pueda hacer de
                     ningún  modo  los  mismos  reproches,  las  eleva  aún  más  en  la

                     estimación  que  merecen.  Sólo  diré  que  con  lo  que  pasó  aquella
                     noche  se  confirmaron  todas  mis  sospechas  y  aumentaron  los
                     motivos que ya antes hubieran podido impulsarme a preservar a mi

                     amigo  de  lo  que  consideraba  como  una  unión  desafortunada.
                     Bingley  se  marchó  a  Londres  al  día  siguiente,  como  usted

                     recordará, con el propósito de regresar muy pronto.
                         Falta ahora explicar mi intervención en el asunto. El disgusto

                     de sus hermanas se había exasperado también y pronto descubrimos
                     que  coincidíamos  en  nuestras  apreciaciones.  Vimos  que  no  había

                     tiempo que perder si queríamos separar a Bingley de su hermana, y
                     decidimos irnos con él a Londres. Nos trasladamos allí y al punto
                     me  dediqué  a  hacerle  comprender  a  mi  amigo  los  peligros  de  su

                     elección. Se los enumeré y se los describí con empeño. Pero, aunque
                     ello  podía  haber  conseguido  que  su  determinación  vacilase  o  se
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