Page 192 - Orgullo y prejuicio
P. 192
CAPÍTULO XXXV
Elizabeth se despertó a la mañana siguiente con los mismos
pensamientos y cavilaciones con que se había dormido. No lograba
reponerse de la sorpresa de lo acaecido; le era imposible pensar en otra
cosa. Incapaz de hacer nada, en cuanto desayunó decidió salir a tomar el
aire y a hacer ejercicio. Se encaminaba directamente hacia su paseo
favorito, cuando recordó que Darcy iba alguna vez por allí; se detuvo y en
lugar de entrar en la finca tomó otra vereda en dirección contraria a la calle
donde estaba la barrera de portazgo, y que estaba aún limitada por la
empalizada de Rosings, y pronto pasó por delante de una de las portillas
que daba acceso a la finca.
Después de pasear dos o tres veces a lo largo de aquella parte del
camino, le entró la tentación, en vista de lo deliciosa que estaba la mañana,
de pararse en las portillas y contemplar la finca. Las cinco semanas que
llevaba en Kent había transformado mucho la campiña, y cada día
verdeaban más los árboles tempranos. Se disponía a continuar su paseo,
cuando vislumbró a un caballero en la alameda que bordeaba la finca; el
caballero caminaba en dirección a ella, y Elizabeth, temiendo que fuese
Darcy, retrocedió al instante. Pero la persona, que se adelantaba, estaba ya
lo suficientemente cerca para verla; siguió andando de prisa y pronunció su
nombre. Ella se había vuelto, pero al oír aquella voz en la que reconoció a
Darcy, continuó en dirección a la puerta. El caballero la alcanzó y,