Page 189 - Orgullo y prejuicio
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Hizo una pausa y vio, indignada, que Darcy la estaba escuchando con

                un aire que indicaba no hallarse en absoluto conmovido por ningún tipo de
                remordimiento. Incluso la miraba con una sonrisa de petulante incredulidad.
                     ––¿Puede negar que ha hecho esto? ––repitió ella.

                     Fingiendo estar sereno, Darcy contestó:
                     ––No he de negar que hice todo lo que estuvo en mi mano para separar

                a mi amigo de su hermana, ni que me alegro del resultado. He sido más
                amable con él que conmigo mismo.

                     Elizabeth desdeñó aparentar que notaba esa sutil reflexión, pero no se le
                escapó su significado, y no consiguió conciliarla.

                     ––Pero no sólo en esto se funda mi antipatía ––continuó Elizabeth . Mi
                opinión de usted se formó mucho antes de que este asunto tuviese lugar. Su
                modo  de  ser  quedó  revelado  por  una  historia  que  me  contó  el  señor

                Wickham  hace  algunos  meses.  ¿Qué  puede  decir  a  esto?  ¿Con  qué  acto
                ficticio  de  amistad  puede  defenderse  ahora?  ¿Con  qué  falsedad  puede

                justificar en este caso su dominio sobre los demás?
                     ––Se interesa usted muy vivamente por lo que afecta a ese caballero ––

                dijo Darcy en un tono menos tranquilo y con el rostro enrojecido.
                     ––¿Quién,  que  conozca  las  penas  que  ha  pasado,  puede  evitar  sentir

                interés por él?
                     ––¡Las  penas  que  ha  pasado!  exclamó  Darcy  despectivamente––.  Sí,
                realmente, unas penas inmensas...

                     ––¡Por su culpa! ––exclamó Elizabeth con energía––. Usted le redujo a
                su actual relativa pobreza. Usted le negó el porvenir que, como bien debe

                saber, estaba destinado para él. En los mejores años de la vida le privó de
                una independencia a la que no sólo tenía derecho sino que merecía. ¡Hizo

                todo esto! Y aún es capaz de ridiculizar y burlarse de sus penas...
                     ––¡Y ésa es –– gritó Darcy mientras se paseaba como una exhalación

                por el cuarto –– la opinión que tiene usted de mí! ¡Ésta es la estimación en
                la  que  me  tiene!  Le  doy  las  gracias  por  habérmelo  explicado  tan
                abiertamente.  Mis  faltas,  según  su  cálculo,  son  verdaderamente  enormes.

                Pero  puede  ––añadió  deteniéndose  y  volviéndose  hacia  ella––  que  estas
                ofensas hubiesen sido pasadas por alto si no hubiese herido su orgullo con
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