Page 181 - Orgullo y prejuicio
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toparse de nuevo con Darcy, al levantar la vista se encontró con el coronel
Fitzwilliam. Escondió al punto la carta y simulando una sonrisa, dijo:
––Nunca supe hasta ahora que paseaba usted por este camino.
––He estado dando la vuelta completa a la finca ––contestó el
coronel––, cosa que suelo hacer todos los años. Y pensaba rematarla con
una visita a la casa del párroco. ¿Va a seguir paseando?
––No; iba a regresar.
En efecto, dio la vuelta y juntos se encaminaron hacia la casa
parroquial.
––¿Se van de Kent el sábado, seguro? ––preguntó Elizabeth.
––Sí, si Darcy no vuelve a aplazar el viaje. Estoy a sus órdenes; él
dispone las cosas como le parece.
––Y si no le placen las cosas por lo menos le da un gran placer el poder
disponerlas a su antojo. No conozco a nadie que parezca gozar más con el
poder de hacer lo que quiere que el señor Darcy.
––Le gusta hacer su santa voluntad replicó el coronel Fitzwilliam––.
Pero a todos nos gusta. Sólo que él tiene más medios ––para hacerlo que
otros muchos, porque es rico y otros son pobres. Digo lo que siento. Usted
sabe que los hijos menores tienen que acostumbrarse a la dependencia y
renunciar a muchas cosas.
––Yo creo que el hijo menor de un conde no lo pasa tan mal como usted
dice. Vamos a ver, sinceramente, ¿qué sabe usted de renunciamientos y de
dependencias? ¿Cuándo se ha visto privado, por falta de dinero, de ir a
donde quería o de conseguir algo que se le antojara?
––Ésas son cosas sin importancia, y acaso pueda reconocer que no he
sufrido muchas privaciones de esa naturaleza. Pero en cuestiones de mayor
trascendencia, estoy sujeto a la falta de dinero. Los hijos menores no
pueden casarse cuando les apetece.
––A menos que les gusten las mujeres ricas, cosa que creo que sucede a
menudo.
––Nuestra costumbre de gastar nos hace demasiado dependientes, y no
hay muchos de mi rango que se casen sin prestar un poco de atención al
dinero.