Page 255 - Orgullo y prejuicio
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CAPÍTULO XLV
Elizabeth estaba ahora convencida de que la antipatía que por ella sentía
la señorita Bingley provenía de los celos. Comprendía, pues, lo
desagradable que había de ser para aquella el verla aparecer en Pemberley y
pensaba con curiosidad en cuánta cortesía pondría por su parte para
reanudar sus relaciones.
Al llegar a la casa atravesaron el vestíbulo y entraron en el salón cuya
orientación al norte lo hacía delicioso en verano. Las ventanas abiertas de
par en par brindaban una vista refrigerante de las altas colinas pobladas de
bosque que estaban detrás del edificio, y de los hermosos robles y castaños
de España dispersados por la pradera que se extendía delante de la casa.
En aquella pieza fueron recibidas por la señorita Darcy que las esperaba
junto con la señora Hurst, la señorita Bingley y su dama de compañía. La
acogida de Georgiana fue muy cortés, pero dominada por aquella cortedad
debida a su timidez y al temor de hacer las cosas mal, que le había dado
fama de orgullosa y reservada entre sus inferiores. Pero la señora Gardiner
y su sobrina la comprendían y compadecían.
La señora Hurst y la señorita Bingley les hicieron una simple reverencia
y se sentaron. Se estableció un silencio molestísimo que duró unos
instantes. Fue interrumpido por la señora Annesley, persona gentil y
agradable que, al intentar romper el hielo, mostró mejor educación que
ninguna de las otras señoras. La charla continuó entre ella y la señora
Gardiner, con algunas intervenciones de Elizabeth. La señorita Darcy