Page 253 - Orgullo y prejuicio
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que pudiera recibir ese nombre. El respeto debido a sus valiosas cualidades,
aunque admitido al principio contra su voluntad, había contribuido a que
cesara la hostilidad de sus sentimientos y éstos habían evolucionado hasta
convertirse en afectuosos ante el importante testimonio en su favor que
había oído y ante la buena disposición que él mismo ––había mostrado el
día anterior. Pero por encima de todo eso, por encima del respeto y la
estima, sentía Elizabeth otro impulso de benevolencia hacia Darcy que no
podía pasarse por alto. Era gratitud; gratitud no sólo por haberla amado,
sino por amarla todavía lo bastante para olvidar toda la petulancia y
mordacidad de su rechazo y todas las injustas acusaciones que lo
acompañaron. Él, que debía considerarla ––así lo suponía Elizabeth–– como
a su mayor enemiga, al encontrarla casualmente parecía deseoso de
conservar su amistad, y sin ninguna demostración de indelicadeza ni
afectación en su trato, en un asunto que sólo a los dos interesaba, solicitaba
la buena opinión de sus amigos y se decidía a presentarle a su hermana.
Semejante cambio en un hombre tan orgulloso no sólo tenía que inspirar
asombro, sino también gratitud, pues había que atribuirlo al amor, a un
amor apasionado. Pero, aunque esta impresión era alentadora y muy
contraria al desagrado, no podía definirla con exactitud. Le respetaba, le
estimaba, le estaba agradecida, y deseaba vivamente que fuese feliz. No
necesitaba más que saber hasta qué punto deseaba que aquella felicidad
dependiera de ella, y hasta qué punto redundaría en la felicidad de ambos
que emplease el poder que imaginaba poseer aún de inducirle a renovar su
proposición.
Por la tarde la tía y la sobrina acordaron que una atención tan
extraordinaria como la de la visita de la señorita Darcy el mismo día de su
llegada a Pemberley ––donde había llegado poco después del desayuno
debía ser correspondida, si no con algo equivalente, por lo menos con
alguna cortesía especial. Por lo tanto, decidieron ir a visitarla a Pemberley a
la mañana siguiente. Elizabeth se sentía contenta, a pesar de que cuando se
preguntaba por qué, no alcanzaba a encontrar una respuesta.
Después del desayuno, el señor Gardiner las dejó. El ofrecimiento de la
pesca había sido renovado el día anterior y le habían asegurado que a