Page 256 - Orgullo y prejuicio
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parecía  desear  tener  la  decisión  suficiente  para  tomar  parte  en  la

                conversación,  y  de  vez  en  cuando  aventuraba  alguna  corta  frase,  cuando
                menos peligro había de que la oyesen.
                     Elizabeth se dio cuenta en seguida de que la señorita Bingley la vigilaba

                estrechamente y que no podía decir una palabra, especialmente a la señorita
                Darcy, sin que la otra agudizase el oído. No obstante, su tenaz observación

                no  le  habría  impedido  hablar  con  Georgiana  si  no  hubiesen  estado  tan
                distantes la una de la otra; pero no le afligió el no poder hablar mucho, así

                podía pensar más libremente. Deseaba y temía a la vez que el dueño de la
                casa llegase, y apenas podía aclarar si lo temía más que lo deseaba. Después

                de estar así un cuarto de hora sin oír la voz de la señorita Bingley, Elizabeth
                se sonrojó al preguntarle aquélla qué tal estaba su familia. Contestó con la
                misma indiferencia y brevedad y la otra no dijo más.

                     La  primera  variedad  de  la  visita  consistió  en  la  aparición  de  unos
                criados que traían fiambres, pasteles y algunas de las mejores frutas de la

                estación, pero esto aconteció después de muchas miradas significativas de
                la señora Annesley a Georgiana con el fin de recordarle sus deberes. Esto

                distrajo a la reunión, pues, aunque no todas las señoras pudiesen hablar, por
                lo  menos  todas  podrían  comer.  Las  hermosas  pirámides  de  uvas,

                albérchigos y melocotones las congregaron en seguida alrededor de la mesa.
                     Mientras  estaban  en  esto,  Elizabeth  se  dedicó  a  pensar  si  temía  o  si
                deseaba que llegase Darcy por el efecto que había de causarle su presencia;

                y  aunque  un  momento  antes  creyó  que  más  bien  lo  deseaba,  ahora
                empezaba a pensar lo contrario.

                     Darcy  había  estado  con  el  señor  Gardiner,  que  pescaba  en  el  río  con
                otros  dos  o  tres  caballeros,  pero  al  saber  que  las  señoras  de  su  familia

                pensaban visitar a Georgiana aquella misma mañana, se fue a casa. Al verle
                entrar,  Elizabeth  resolvió  aparentar  la  mayor  naturalidad,  cosa  necesaria

                pero difícil de lograr, pues le constaba que toda la reunión estaba pendiente
                de ellos, y en cuanto Darcy llegó todos los ojos se pusieron a examinarle.
                Pero en ningún rostro asomaba la curiosidad con tanta fuerza como en el de

                la  señorita  Bingley,  a  pesar  de  las  sonrisas  que  prodigaba  al  hablar  con
                cualquiera; sin embargo, sus celos no habían llegado hasta hacerla desistir
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