Page 258 - Orgullo y prejuicio
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de lo sucedido, pero en vez de apartar su pensamiento de Elizabeth, la
insinuación de la señorita Bingley pareció excitar más aún su pasión.
Después de la pregunta y contestación referidas, la visita no se prolongó
mucho más y mientras Darcy acompañaba a las señoras al coche, la señorita
Bingley se desahogó criticando la conducta y la indumentaria de Elizabeth.
Pero Georgiana no le hizo ningún caso. El interés de su hermano por la
señorita Bennet era más que suficiente para asegurar su beneplácito; su
juicio era infalible, y le había hablado de Elizabeth en tales términos que
Georgiana tenía que encontrarla por fuerza amable y atrayente. Cuando
Darcy volvió al salón, la señorita Bingley no pudo contenerse y tuvo que
repetir algo de lo que ya le había dicho a su hermana:
––¡Qué mal estaba Elizabeth Bennet, señor Darcy! ––exclamó––. ¡Qué
cambiada la he encontrado desde el invierno! ¡Qué morena y qué poco fina
se ha puesto! Ni Louisa ni yo la habríamos reconocido.
La observación le hizo a Darcy muy poca gracia, pero se contuvo y
contestó fríamente que no le había notado más variación que la de estar
tostada por el sol, cosa muy natural viajando en verano.
––Por mi parte ––prosiguió la señorita Bingley confieso que nunca me
ha parecido guapa. Tiene la cara demasiado delgada, su color es apagado y
sus facciones no son nada bonitas; su nariz no tiene nin-gún carácter y no
hay nada notable en sus líneas; tiene unos dientes pasables, pero no son
nada fuera de lo común, y en cuanto a sus ojos tan alabados, yo no veo que
tengan nada extraordinario, miran de un modo penetrante y adusto muy
desagradable; y en todo su aire, en fin, hay tanta pretensión y una falta de
buen tono que resulta intolerable.
Sabiendo como sabía la señorita Bingley que Darcy admiraba a
Elizabeth, ése no era en absoluto el mejor modo de agradarle, pero la gente
irritada no suele actuar con sabiduría; y al ver que lo estaba provocando,
ella consiguió el éxito que esperaba. Sin embargo, él se quedó callado, pero
la señorita Bingley tomó la determinación de hacerle hablar y prosiguió:
––Recuerdo que la primera vez que la vimos en Hertfordshire nos
extrañó que tuviese fama de guapa; y recuerdo especialmente que una
noche en que habían cenado en Netherfield, usted dijo: «¡Si ella es una