Page 58 - Orgullo y prejuicio
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––Mucho más racional sí, Caroline; pero entonces ya no se parecería en

                nada a un baile.
                     La señorita Bingley no contestó; se levantó poco después y se puso a
                pasear  por  el  salón.  Su  figura  era  elegante  y  sus  andares  airosos;  pero

                Darcy,  a  quien  iba  dirigido  todo,  siguió  enfrascado  en  la  lectura.  Ella,
                desesperada,  decidió  hacer  un  esfuerzo  más,  y,  volviéndose  a  Elizabeth,

                dijo:
                     ––Señorita  Eliza  Bennet,  déjeme  que  la  convenza  para  que  siga  mi

                ejemplo  y  dé  una  vuelta  por  el  salón.  Le  aseguro  que  viene  muy  bien
                después de estar tanto tiempo sentada en la misma postura.

                     Elizabeth  se  quedó  sorprendida,  pero  accedió  inmediatamente.  La
                señorita  Bingley  logró  lo  que  se  había  propuesto  con  su  amabilidad;  el
                señor Darcy levantó la vista. Estaba tan extrañado de la novedad de esta

                invitación como podía estarlo la misma Elizabeth; inconscientemente, cerró
                su libro. Seguidamente, le invitaron a pasear con ellas, a lo que se negó,

                explicando que sólo podía haber dos motivos para que paseasen por el salón
                juntas, y si se uniese a ellas interferiría en los dos. «¿Qué querrá decir?» La

                señorita Bingley se moría de ganas por saber cuál sería el significado y le
                preguntó a Elizabeth si ella podía entenderlo.

                     ––En absoluto ––respondió––; pero, sea lo que sea, es seguro que quiere
                dejarnos mal, y la mejor forma de decepcionarle será no preguntarle nada.
                     Sin embargo, la señorita Bingley era incapaz de decepcionar a Darcy, e

                insistió, por lo tanto, en pedir que les explicase los dos motivos.
                     ––No  tengo  el  más  mínimo  inconveniente  en  explicarlo  ––dijo  tan

                pronto como ella le permitió hablar––. Ustedes eligen este modo de pasar el
                tiempo o porque tienen que hacerse alguna confidencia o para hablar de sus

                asuntos secretos, o porque saben que paseando lucen mejor su figura; si es
                por lo primero, al ir con ustedes no haría más que importunarlas; y si es por

                lo segundo, las puedo admirar mucho mejor sentado junto al fuego.
                     ––¡Qué horror! ––gritó la señorita Bingley––. Nunca he oído nada tan
                abominable. ¿Cómo podríamos darle su merecido?

                     ––Nada  tan  fácil,  si  está  dispuesta  a  ello  ––dijo  Elizabeth––.  Todos
                sabemos fastidiar y mortificarnos unos a otros. Búrlese, ríase de él. Siendo
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