Page 62 - Orgullo y prejuicio
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Al señor de la casa le causó mucha tristeza el saber que se iban a ir tan

                pronto, e intentó insistentemente convencer a Jane de que no sería bueno
                para  ella,  porque  todavía  no  estaba  totalmente  recuperada;  pero  Jane  era
                firme cuando sabía que obraba como debía.

                     A Darcy le pareció bien la noticia. Elizabeth había estado ya bastante
                tiempo  en  Netherfield.  Le  atraía  más  de  lo  que  él  quería  y  la  señorita

                Bingley era descortés con ella, y con él más molesta que nunca. Se propuso
                tener  especial  cuidado  en  que  no  se  le  escapase  ninguna  señal  de

                admiración ni nada que pudiera hacer creer a Elizabeth que tuviera ninguna
                influencia  en  su  felicidad.  Consciente  de  que  podía  haber  sugerido

                semejante idea, su comportamiento durante el último día debía ser decisivo
                para confirmársela o quitársela de la cabeza. Firme en su propósito, apenas
                le dirigió diez palabras en todo el sábado y, a pesar de que los dejaron solos

                durante media hora, se metió de lleno en su libro y ni siquiera la miró.
                     El  domingo,  después  del  oficio  religioso  de  la  mañana,  tuvo  lugar  la

                separación tan grata para casi todos. La cortesía de la señorita Bingley con
                Elizabeth aumentó rápidamente en el último momento, así como su afecto

                por  Jane.  Al  despedirse,  después  de  asegurar  a  esta  última  el  placer  que
                siempre le daría verla tanto en Longbourn como en Netherfield y darle un

                tierno abrazo, a la primera sólo le dio la mano. Elizabeth se  despidió de
                todos con el espíritu más alegre que nunca.
                     La madre no fue muy cordial al darles la bienvenida. No entendía por

                qué  habían  regresado  tan  pronto  y  les  dijo  que  hacían  muy  mal  en
                ocasionarle semejante contrariedad, estaba segura de que Jane había cogido

                frío otra vez. Pero el padre, aunque era muy lacónico al expresar la alegría,
                estaba  verdaderamente  contento  de  verlas.  Se  había  dado  cuenta  de  la

                importancia  que  tenían  en  el  círculo  familiar.  Las  tertulias  de  la  noche,
                cuando se reunían todos, habían perdido la animación e incluso el sentido

                con la ausencia de Jane y Elizabeth.
                     Hallaron a Mary, como de costumbre, enfrascada en el estudio profundo
                de  la  naturaleza  humana;  tenían  que  admirar  sus  nuevos  resúmenes  y

                escuchar las observaciones que había hecho recientemente sobre una moral
                muy poco convincente. Lo que Catherine y Lydia tenían que contarles era
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