Page 67 - Orgullo y prejuicio
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––Aunque es difícil ––observó Jane–– adivinar qué entiende él por esa
reparación que cree que nos merecemos, debemos dar crédito a sus deseos.
A Elizabeth le impresionó mucho aquella extraordinaria deferencia
hacia lady Catherine y aquella sana intención de bautizar, casar y enterrar a
sus feligreses siempre que fuese preciso.
––Debe ser un poco raro ––dijo––. No puedo imaginármelo. Su estilo es
algo pomposo. ¿Y qué querrá decir con eso de disculparse por ser el
heredero de Longbourn? Supongo que no trataría de evitarlo, si pudiese.
Papá, ¿será un hombre astuto?
––No, querida, no lo creo. Tengo grandes esperanzas de que sea lo
contrario. Hay en su carta una mezcla de servilismo y presunción que lo
afirma. Estoy impaciente por verle.
––En cuanto a la redacción ––dijo Mary––, su carta no parece tener
defectos. Eso de la rama de olivo no es muy original, pero, así y todo, se
expresa bien.
A Catherine y a Lydia, ni la carta ni su autor les interesaban lo más
mínimo. Era prácticamente imposible que su primo se presentase con
casaca escarlata, y hacía ya unas cuantas semanas que no sentían agrado por
ningún hombre vestido de otro color. En lo que a la madre respecta, la carta
del señor Collins había extinguido su rencor, y estaba preparada para
recibirle con tal moderación que dejaría perplejos a su marido y a sus hijas.
El señor Collins llegó puntualmente a la hora anunciada y fue acogido
con gran cortesía por toda la familia. El señor Bennet habló poco, pero las
señoras estaban muy dispuestas a hablar, y el señor Collins no parecía
necesitar que le animasen ni ser aficionado al silencio. Era un hombre de
veinticinco años de edad, alto, de mirada profunda, con un aire grave y
estático y modales ceremoniosos. A poco de haberse sentado, felicitó a la
señora Bennet por tener unas hijas tan hermosas; dijo que había oído hablar
mucho de su belleza, pero que la fama se había quedado corta en
comparación con la realidad; y añadió que no dudaba que a todas las vería
casadas a su debido tiempo. La galantería no fue muy del agrado de todas
las oyentes; pero la señora Bennet, que no se andaba con cumplidos,
contestó en seguida: