Page 68 - Orgullo y prejuicio
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––Es usted muy amable y deseo de todo corazón que sea como usted
dice, pues de otro modo quedarían las pobres bastante desamparadas, en
vista de la extraña manera en que están dispuestas las cosas.
––¿Alude usted, quizá, a la herencia de esta propiedad?
––¡Ah! En efecto, señor. No me negará usted que es una cosa muy
penosa para mis hijas. No le culpo; ya sabe que en este mundo estas cosas
son sólo cuestión de suerte. Nadie tiene noción de qué va a pasar con las
propiedades una vez que tienen que ser heredadas.
––Siento mucho el infortunio de sus lindas hijas; pero voy a ser cauto,
no quiero adelantarme y parecer precipitado. Lo que sí puedo asegurar a
estas jóvenes, es que he venido dispuesto a admirarlas. De momento, no
diré más, pero quizá, cuando nos conozcamos mejor...
Le interrumpieron para invitarle a pasar al comedor; y las muchachas se
sonrieron entre sí. No sólo ellas fueron objeto de admiración del señor
Collins: examinó y elogió el vestíbulo, el comedor y todo el mobiliario; y
las ponderaciones que de todo hacía, habrían llegado al corazón de la señora
Bennet, si no fuese porque se mortificaba pensando que Collins veía todo
aquello como su futura propiedad. También elogió la cena y suplicó se le
dijera a cuál de sus hermosas primas correspondía el mérito de haberla
preparado. Pero aquí, la señora Bennet le atajó sin miramiento diciéndole
que sus medios le permitían te-ner una buena cocinera y que sus hijas no
tenían nada que hacer en la cocina. El se disculpó por haberla molestado y
ella, en tono muy suave, le dijo que no estaba nada ofendida. Pero Collins
continuó excusándose casi durante un cuarto de hora.