Page 53 - Orgullo y prejuicio
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––Conozco  tu  sistema,  Bingley  ––dijo  su  amigo––.  No  te  gustan  las

                discusiones y quieres acabar ésta.
                     ––Quizá. Las discusiones se parecen demasiado a las disputas. Si tú y la
                señorita  Bennet  posponéis  la  vuestra  para  cuando  yo  no  esté  en  la

                habitación, estaré muy agradecido; además, así podréis decir todo lo que
                queráis de mí.

                     ––Por  mi  parte  ––dijo  Elizabeth––,  no  hay  objeción  en  hacer  lo  que
                pide, y es mejor que el señor Darcy acabe la carta.

                     Darcy siguió su consejo y acabó la carta. Concluida la tarea, se dirigió a
                la señorita Bingley y a Elizabeth para que les deleitasen con algo de música.

                La  señorita  Bingley  se  apresuró  al  piano,  pero  antes  de  sentarse  invitó
                cortésmente a Elizabeth a tocar en primer lugar; ésta, con igual cortesía y
                con toda sinceridad rechazó la invitación; entonces, la señorita Bingley se

                sentó y comenzó el concierto.
                     La señora Hurst cantó con su hermana, y, mientras se empleaban en esta

                actividad, Elizabeth no podía evitar darse cuenta, cada vez que volvía las
                páginas de unos libros de música que había sobre el piano, de la frecuencia

                con la que los ojos de Darcy se fijaban en ella. Le era difícil suponer que
                fuese objeto de admiración ante un hombre de tal categoría; y aun sería más

                extraño  que  la  mirase  porque  ella  le  desagradara.  Por  fin,  sólo  pudo
                imaginar  que  llamaba  su  atención  porque  había  algo  en  ella  peor  y  más
                reprochable, según su concepto de la virtud, que en el resto de los presentes.

                Esta  suposición  no  la  apenaba.  Le  gustaba  tan  poco,  que  la  opinión  que
                tuviese sobre ella, no le preocupaba.

                     Después de tocar algunas canciones italianas, la señorita Bingley varió
                el repertorio con un aire escocés más alegre; y al momento el señor Darcy

                se acercó a Elizabeth y le dijo:
                     ––¿Le  apetecería,  señorita  Bennet,  aprovechar  esta  oportunidad  para

                bailar un reel?
                     Ella sonrió y no contestó. Él, algo sorprendido por su silencio, repitió la
                pregunta.

                     ––¡Oh! ––dijo ella––, ya había oído la pregunta. Estaba meditando la
                respuesta. Sé que usted querría que contestase que sí, y así habría tenido el
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