Page 52 - Orgullo y prejuicio
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––¿Consideraría entonces el señor Darcy reparada la imprudencia de su

                primera intención con la obstinación de mantenerla?
                     ––No soy yo, sino Darcy, el que debe explicarlo.
                     ––Quieres que dé cuenta de unas opiniones que tú me atribuyes, pero

                que  yo  nunca  he  reconocido.  Volviendo  al  caso,  debe  recordar,  señorita
                Bennet,  que  el  supuesto  amigo  que  desea  que  se  quede  y  que  retrase  su

                plan, simplemente lo desea y se lo pide sin ofrecer ningún argumento.
                     ––El ceder pronto y fácilmente a la persuasión de un amigo, no tiene

                ningún mérito para usted. ––El ceder sin convicción dice poco en favor de
                la inteligencia de ambos.

                     ––Me da la sensación, señor Darcy, de que usted nunca permite que le
                influyan el afecto o la amistad. El respeto o la estima por el que pide puede
                hacernos  ceder  a  la  petición  sin  esperar  ninguna  razón  o  argumento.  No

                estoy hablando del caso particular que ha supuesto sobre el señor Bingley.
                Además,  deberíamos,  quizá,  esperar  a  que  se  diese  la  circunstancia  para

                discutir entonces su comportamiento. Pero en general y en casos normales
                entre amigos, cuando uno quiere que el otro cambie alguna decisión, ¿vería

                usted mal que esa persona complaciese ese deseo sin esperar las razones del
                otro?

                     ––¿No sería aconsejable, antes de proseguir con el tema, dejar claro con
                más precisión qué importancia tiene la petición y qué intimidad hay entre
                los amigos?

                     ––Perfectamente ––dijo Bingley––, fijémonos en todos los detalles sin
                olvidarnos  de  comparar  estatura  y  tamaño;  porque  eso,  señorita  Bennet,

                puede tener más peso en la discusión de lo que parece. Le aseguro que si
                Darcy no fuera tan alto comparado conmigo, no le tendría ni la mitad del

                respeto  que  le  tengo.  Confieso  que  no  conozco  nada  más  imponente  que
                Darcy en determinadas ocasiones y en determinados lugares, especialmente

                en su casa y en las tardes de domingo cuando no tiene nada que hacer.
                     El  señor  Darcy  sonrió;  pero  Elizabeth  se  dio  cuenta  de  que  se  había
                ofendido bastante y contuvo la risa. La señorita Bingley se molestó mucho

                por la ofensa que le había hecho a Darcy y censuró a su hermano por decir
                tales tonterías.
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