Page 54 - Orgullo y prejuicio
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placer de criticar mis gustos; pero a mí me encanta echar por tierra esa clase

                de trampas y defraudar a la gente que está premeditando un desaire. Por lo
                tanto,  he  decidido  decirle  que  no  deseo  bailar  en  absoluto.  Y,  ahora,
                desáireme si se atreve.

                     ––No me atrevo, se lo aseguro.
                     Ella, que creyó haberle ofendido, se quedó asombrada de su galantería.

                Pero había tal mezcla de dulzura y malicia en los modales de Elizabeth, que
                era  difícil  que  pudiese  ofender  a  nadie;  y  Darcy  nunca  había  estado  tan

                ensimismado con una mujer como lo estaba con ella. Creía realmente que si
                no fuera por la inferioridad de su familia, se vería en peligro.

                     La señorita Bingley vio o sospechó lo bastante para ponerse celosa, y su
                ansiedad porque se restableciese su querida amiga Jane se incrementó con
                el deseo de librarse de Elizabeth.

                     Intentaba  provocar  a  Darcy  para  que  se  desilusionase  de  la  joven,
                hablándole  de  su  supuesto  matrimonio  con  ella  y  de  la  felicidad  que  esa

                alianza le traería.
                     ––Espero ––le dijo al día siguiente mientras paseaban por el jardín––

                que cuando ese deseado acontecimiento tenga lugar, hará usted a su suegra
                unas  cuantas  advertencias  para  que  modere  su  lengua;  y  si  puede

                conseguirlo, evite que las hijas menores anden detrás de los oficiales. Y, si
                me  permite  mencionar  un  tema  tan  delicado,  procure  refrenar  ese  algo,
                rayando en la presunción y en la impertinencia, que su dama posee.

                     ––¿Tiene algo más que proponerme para mi felicidad doméstica?
                     ––¡Oh, sí! Deje que los retratos de sus tíos, los Phillips, sean colgados

                en la galería de Pemberley. Póngalos al lado del tío abuelo suyo, el juez.
                Son  de  la  misma  profesión,  aunque  de  distinta  categoría.  En  cuanto  al

                retrato  de  su  Elizabeth,  no  debe  permitir  que  se  lo  hagan,  porque  ¿qué
                pintor podría hacer justicia a sus hermosos ojos?

                     ––Desde luego, no sería fácil captar su expresión, pero el color, la forma
                y sus bonitas pestañas podrían ser reproducidos.
                     En  ese  momento,  por  otro  sendero  del  jardín,  salieron  a  su  paso  la

                señora Hurst y Elizabeth.
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