Page 49 - Orgullo y prejuicio
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CAPÍTULO X
El día pasó lo mismo que el anterior. La señora Hurst y la señorita
Bingley habían estado por la mañana unas horas al lado de la enferma, que
seguía mejorando, aunque lentamente. Por la tarde Elizabeth se reunió con
ellas en el salón. Pero no se dispuso la mesa de juego acostumbrada. Darcy
escribía y la señorita Bingley, sentada a su lado, seguía el curso de la carta,
interrumpiéndole repetidas veces con mensajes para su hermana. El señor
Hurst y Bingley jugaban al piquet y la señora Hurst contemplaba la partida.
Elizabeth se dedicó a una labor de aguja, y tenía suficiente
entretenimiento con atender a lo que pasaba entre Darcy y su compañía. Los
constantes elogios de ésta a la caligrafía de Darcy, a la simetría de sus
renglones o a la extensión de la carta, así como la absoluta indiferencia con
que eran recibidos, constituían un curioso diálogo que estaba exactamente
de acuerdo con la opinión que Elizabeth tenía de cada uno de ellos.
––¡Qué contenta se pondrá la señorita Darcy cuando reciba esta carta!
Él no contestó.
––Escribe usted más deprisa que nadie. ––Se equivoca. Escribo muy
despacio.
––¡Cuántas cartas tendrá ocasión de escribir al cabo del año! Incluidas
cartas de negocios. ¡Cómo las detesto!
––Es una suerte, pues, que sea yo y no usted, el que tenga que
escribirlas.
––Le ruego que le diga a su hermana que deseo mucho verla.