Page 50 - Orgullo y prejuicio
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––Ya se lo he dicho una vez, por petición suya.

                     ––Me temo que su pluma no le va bien. Déjeme que se la afile, lo hago
                increíblemente bien.
                     ––Gracias, pero yo siempre afilo mi propia pluma.

                     ––¿Cómo puede lograr una escritura tan uniforme?
                     Darcy no hizo ningún comentario.

                     ––Dígale a su hermana que me alegro de saber que ha hecho muchos
                progresos  con  el  arpa;  y  le  ruego  que  también  le  diga  que  estoy

                entusiasmada  con  el  diseño  de  mesa  que  hizo,  y  que  creo  que  es
                infinitamente superior al de la señorita Grantley.

                     ––¿Me permite que aplace su entusiasmo para otra carta? En la presente
                ya no tengo espacio para más elogios.
                     ––¡Oh!,  no  tiene  importancia.  La  veré  en  enero.  Pero,  ¿siempre  le

                escribe cartas tan largas y encantadoras, señor Darcy?
                     ––Generalmente son largas; pero si son encantadoras o no, no soy yo

                quien debe juzgarlo.
                     ––Para mí es como una norma, cuando una persona escribe cartas tan

                largas con tanta facilidad no puede escribir mal.
                     ––Ese  cumplido  no  vale  para  Darcy,  Caroline  ––interrumpió  su

                hermano––,  porque  no  escribe  con  facilidad.  Estudia  demasiado  las
                palabras. Siempre busca palabras complicadas de más de cuatro sílabas, ¿no
                es así, Darcy?

                     ––Mi estilo es muy distinto al tuyo.
                     ––¡Oh!  ––exclamó  la  señorita  Bingley––.  Charles  escribe  sin  ningún

                cuidado. Se come la mitad de las palabras y emborrona el resto.
                     ––Las ideas me vienen tan rápido que no tengo tiempo de expresarlas;

                de manera que, a veces, mis cartas no comunican ninguna idea al que las
                recibe.

                     ––Su  humildad,  señor  Bingley  ––intervino  Elizabeth––,  tiene  que
                desarmar todos los reproches.
                     ––Nada  es  más  engañoso  ––dijo  Darcy––  que  la  apariencia  de

                humildad. Normalmente no es otra cosa que falta de opinión, y a veces es
                una forma indirecta de vanagloriarse.
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