Page 51 - Orgullo y prejuicio
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––¿Y  cuál  de  esos  dos  calificativos  aplicas  a  mi  reciente  acto  de

                modestia?
                     ––Una  forma  indirecta  de  vanagloriarse;  porque  tú,  en  realidad,  estás
                orgulloso  de  tus  defectos  como  escritor,  puesto  que  los  atribuyes  a  tu

                rapidez  de  pensamientos  y  a  un  descuido  en  la  ejecución,  cosa  que
                consideras,  si  no  muy  estimable,  al  menos  muy  interesante.  Siempre  se

                aprecia mucho el poder de hacer cualquier cosa con rapidez, y no se presta
                atención  a  la  imperfección  con  la  que  se  hace.  Cuando  esta  mañana  le

                dijiste a la señora Bennet que si alguna vez te decidías a dejar Netherfield,
                te irías en cinco minutos, fue una especie de elogio, de cumplido hacia ti

                mismo; y, sin embargo, ¿qué tiene de elogiable marcharse precipitadamente
                dejando, sin duda, asuntos sin resolver, lo que no puede ser beneficioso para
                ti ni para nadie?

                     ––¡No!  ––exclamó  Bingley––.  Me  parece  demasiado  recordar  por  la
                noche las tonterías que se dicen por la mañana. Y te doy mi palabra, estaba

                convencido de que lo que decía de mí mismo era verdad, y lo sigo estando
                ahora.  Por  lo  menos,  no  adopté  innecesariamente  un  carácter  precipitado

                para presumir delante de las damas.
                     ––Sí,  creo  que  estabas  convencido;  pero  soy  yo  el  que  no  está

                convencido de que te fueses tan aceleradamente. Tu conducta dependería de
                las circunstancias, como la de cualquier persona. Y si, montado ya en el
                caballo, un amigo te dijese: «Bingley, quédate hasta la próxima semana»,

                probablemente  lo  harías,  probablemente  no  te  irías,  y  bastaría  sólo  una
                palabra más para que te quedaras un mes.

                     ––Con  esto  sólo  ha  probado  ––dijo  Elizabeth––  que  Bingley  no  hizo
                justicia a su temperamento. Lo ha favorecido usted más ahora de lo que él

                lo había hecho.
                     ––Estoy enormemente agradecido ––dijo Bingley por convertir lo que

                dice mi amigo en un cumplido. Pero me temo que usted no lo interpreta de
                la forma que mi amigo pretendía; porque él tendría mejor opinión de mí si,
                en esa circunstancia, yo me negase en rotundo y partiese tan rápido como

                me fuese posible.
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