Page 56 - Orgullo y prejuicio
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CAPÍTULO XI
Cuando las señoras se levantaron de la mesa después de cenar, Elizabeth
subió a visitar a su hermana y al ver que estaba bien abrigada la acompañó
al salón, donde sus amigas le dieron la bienvenida con grandes
demostraciones de contento. Elizabeth nunca las había visto tan amables
como en la hora que transcurrió hasta que llegaron los caballeros. Hablaron
de todo. Describieron la fiesta con todo detalle, contaron anécdotas con
mucha gracia y se burlaron de sus conocidos con humor.
Pero en cuanto entraron los caballeros, Jane dejó de ser el primer objeto
de atención. Los ojos de la señorita Bingley se volvieron instantáneamente
hacia Darcy y no había dado cuatro pasos cuando ya tenía algo que decirle.
El se dirigió directamente a la señorita Bennet y la felicitó cortésmente.
También el señor Hurst le hizo una ligera inclinación de cabeza, diciéndole
que se alegraba mucho; pero la efusión y el calor quedaron reservados para
el saludo de Bingley, que estaba muy contento y lleno de atenciones para
con ella. La primera media hora se la pasó avivando el fuego para que Jane
no notase el cambio de un habitación a la otra, y le rogó que se pusiera al
lado de la chimenea, lo más lejos posible de la puerta. Luego se sentó junto
a ella y ya casi no habló con nadie más. Elizabeth, enfrente, con su labor,
contemplaba la escena con satisfacción.
Cuando terminaron de tomar el té, el señor Hurst recordó a su cuñada la
mesa de juego, pero fue en vano; ella intuía que a Darcy no le apetecía
jugar, y el señor Hurst vio su petición rechazada inmediatamente. Le