Page 147 - Cómo no escribir una novela
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El huérfano, vestido con harapos, rebuscó en su confusa memoria para
               darle al archidiácono la respuesta que podría cambiar su vida —y la vida de
               su hermana Nell la Andrajosa— para siempre.

                   El archidiácono golpeteó con sus dedos en su mesa y arqueó una peluda
               ceja sin dejar de mirar al muchacho.
                   Nell  la  Andrajosa  no  había  reparado  en  esfuerzos  para  ayudar  a

               preparar a Oliver para este juicio, porque si él daba la respuesta correcta,
               su destino sería bien distinto del que habían tenido hasta entonces. Por eso

               era tan importante que diera esa respuesta.
                   El archidiácono carraspeó. Sacó su pesado reloj de oro del bolsillo y lo
               miró detenidamente.
                   Oliver pensó en lo muy diferente que podrían ser las cosas en el futuro

               tanto para él como para su hermana si el archidiácono aceptaba que fuera a
               la  Escuela  Superior  de  Manualidades  Recreativas.  Después  de  eso  nada

               volvería a ser igual.
                   —Ahora,  joven,  ¿puede  decirme  por  qué  quiere  usted  inscribirse  en
               nuestra Escuela Superior de Manualidades Recreativas?
                   El desarrapado huérfano se removió nervioso en su asiento, consciente

               de todo lo que dependía de las palabras que fueran a salir de su boca. ¡Esas
               palabras serían fundamentales para la suerte de su hermana, y de él! ¡Oh, si

               sólo pudiera hacer memoria!
                   Por fin, completa y plenamente consciente de las palabras que estaba a
               punto de pronunciar, Oliver confió en la entusiasta ayuda e indicaciones de

               su hermana y en la bondad del Señor y habló:
                   —¡Porque me gustan las cabras! —dijo, y lo lamentó al instante, pues
               como todos los desheredados de Aguas Lodosas sabía que era la única cosa

               que  nunca  debía  decirse  al  archidiácono  de  la  Escuela  Superior  de
               Manualidades Recreativas.



          En la vida real, los monólogos interiores a menudo son repetitivos. Tras concebir una
          idea, uno continúa desplegando este tema en su mente durante una conversación consigo

          mismo de unos veinte minutos sin perjuicio alguno. Sin embargo, si reproduces todo ese
          trajín  mental  directamente  en  tu  novela,  tus  personajes  pueden  empezar  a  parecerse
          mucho  a  un  ordenador  averiado  en  una  película  hecha  antes  de  que  nadie  tuviera

          ordenadores.
               Informa de ese pensamiento una sola vez. Daremos por supuesto que la opinión de
          ese personaje sigue siendo la misma hasta que nos digas lo contrario.
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