Page 142 - Cómo no escribir una novela
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A veces un autor sustituye unos hechos dramáticos por las exageradas reacciones de sus
          personajes ante los hechos cotidianos. Este tipo de personajes siempre están al borde
          del llanto, lanzando gritos o en pleno ataque de risa histérica. La alegría les desborda

          cuando describen que hay mejillones en el menú. Se desesperan cuando oyen que el tren
          va a llegar con retraso. Cuando se encuentran a un vecino en el barrio, se sorprenden
          por  tan  maravillosa  coincidencia.  Las  heridas  de  estos  personajes  nunca  se  cierran:

          diez años no borran el dolor de su divorcio, su duelo por la muerte de un ser querido o
          la pérdida de un reloj.
               A menos que un personaje esté coqueteando con la locura, sus reacciones ante los

          hechos cotidianos deben ser proporcionales a los mismos.







                                                                                       Cada vez que respiras
                                                                           Cuando todas las sensaciones se
                                                                           describen con primoroso detalle



               —Creo que voy a pedir los mejillones deconstruidos —dijo, sonriéndome de
               esa manera en que siempre me sonreía.
                   Le devolví la sonrisa, sintiéndome levemente anhelante.

                   —Creo  que  yo  pediré  la  mousse  de  algarrobas  —dije.  Dejé  el  menú
               sobre la mesa, mi anhelo estaba dando paso a un sentimiento de gratitud por
               su mera presencia.

                   Alargó su mano y tomó la mía, su contacto hizo que me recorriera una
               oleada de amor.
                   —¿Aún quieres que vayamos a un hotel? —me preguntó.

                   Sentí un leve tensión, puede que incluso fuera ansiedad. Había pasado
               tanto tiempo desde que habíamos pasado una noche juntos que yo temía a
               mis propios sentimientos cuando realmente estuviéramos los dos solos otra

               vez.
                   —Te deseo —dije yo—. Eso es todo lo que sé.
                   Cuando decía esas palabras una profunda relajación me sobrevino. Era

               como una mezcla de amor, miedo, desmayo y lujuriosa confusión, junto con
               tal vez un amago de flojera en las piernas.
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