Page 95 - Cómo no escribir una novela
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Estos mismos autores tienden a centrarse en objetos comunes que casi siempre están
presentes en cualquier escenario como el descrito, en vez de fijarse en esos detalles
que hacen que un salón sea particular, que pertenezca a una persona en concreto: la
manoseada revista de espeleología, la maza ensangrentada que asoma bajo el sofá. Ya
sabemos que las jaulas de los zoos contienen animales. Lo que queremos ver es al
sarnoso tigre dando vueltas alrededor del tronco de madera falsa, al cuidador
maldiciendo en ucraniano porque el mono le ha quitado el cigarrillo, vamos, lo que
pasa en un buen zoo.
Cuando el autor se repite
La tautología redundante
Un viejo, con los cabellos blancos y lleno de arrugas, el capitán Smothers,
caminaba por la calle en dirección a su partida de cartas semanal. Por lo
común solía encontrarse con Katz, y, efectivamente, allí estaba, caminando
hacia él, el mayor Katz, que era tan viejo como él. Ése solía ser el día en
que se reunían para jugar unas manitas con el contraalmirante Chortles.
Los tres hombres, todos veteranos de las fuerzas armadas, jugaban unas
manitas sin apostar dinero al Rabino, que así se llamaba en Irlanda el juego
al que jugaban todos los domingos. Nunca habían dejado de reunirse para
jugar su partida desde que empezaron con esa tradición. Katz llegó donde
estaba Smothers y lo saludó:
—Hola —le dijo.
—Hola —lo saludó Smothers a su vez.
Katz, el anciano y decrépito abuelo, llevaba una camisa limpia y unos
pantalones bien planchados con un par de zapatos. Siempre iba hecho un
pincel. La camisa de Smothers, sin embargo, estaba arrugada y necesitaba
un planchado. Él nunca había ido de punta en blanco como Katz, más bien
iba desaliñado, a pesar de que él, como Katz, había estado en el Ejército,
aunque no mucho más. Uno esperaría que un soldado se preocupara por su
aspecto, pero Smothers, de alguna manera, nunca lo había hecho, y siempre
iba muy descuidado. Se metieron en el café donde Chortles estaba
esperándolos, sentado en una silla con su erguida apostura militar, su
espalda perfectamente recta y tiesa. Los dos recién llegados se sentaron,
cada uno en una silla. La camarera, sabiendo lo que tomarían después de