Page 116 - Fantasmas
P. 116
FANTASMAS
por el hambre, pensó en los grillos con caramelo y en todos los
otros bichos que se había comido. Por eso le había pasado es-
to, dedujo, y entonces se acordó de aquel amanecer a las dos
de la madrugada y de cómo las oleadas de viento caliente ha-
bían azotado la gasolinera con tal fuerza que del tejádo se des-
prendió polvo.
El padre de Huey Chester, Vern, había atropellado una
vez un conejo a la entrada de su casa y cuando salió del co-
che se encontró un extraño animal con cuatro ojos de color
rosa. Lo llevó al pueblo para enseñarlo a la gente, pero en-
tonces un biólogo acompañado de un oficial y dos soldados
armados con ametralladoras lo reclamaron y le pagaron a Vern
quinientos dólares a cambio de que firmara una declaración
comprometiéndose a no hablar más del asunto. Y en otra oca-
sión, una semana después de uno de los ensayos en el desier-
to, una niebla densa y húmeda que despedía un repugnante he-
dor a tocino frito se había propagado por todo el pueblo. Era
tan espesa que hubo que cerrar la escuela, el supermercado y
la oficina de correos. Las lechuzas volaban durante el día y a
todas horas resonaban pequeñas explosiones y truenos en la
húmeda oscuridad. Los científicos del desierto estaban aguje-
reando el cielo y la tierra, y tal vez hasta el tejido del univer-
so. Habían prendido fuego a las nubes y por primera vez Fran-
cis comprendió que era un ser contaminado, una aberración
que un oficial armado con un talonario y un maletín lleno de
documentos legales se ocuparía de aniquilar y ocultar. Le ha-
bía resultado difícil llegar a esta conclusión, porque Francis
siempre se había sentido contaminado, un bicho raro que los
demás no querían ver.
Lleno de frustración, se alejó de la bolsa abierta de basu-
ra y siguió avanzando sin pensar. Sus extremidades posteriores
adaptadas al salto lo impulsaron hacia arriba y las láminas cór-
neas a su espalda empezaron a batir con furia. El estómago le
114