Page 114 - Fantasmas
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FANTASMAS



         haciendo  un  ruido  metálico  y contuvo  la respiración.  Había si-
         do sólo un  cuervo.
              Pasado un rato,  tuvo  que admitir que se había dejado ven-
         cer por el miedo.  Eric había venido, y entonces  comprendió  que
         nadie lo estaba buscando,  porque  nadie creería  a su padre cuan-
         do contara  lo que había visto.  Si intentaba  contar  que había des-
         cubierto  a un  insecto  gigante  en  el dormitorio  de su  hijo aga-
         zapado junto al cuerpo  eviscerado  de éste, tendría  suerte  si no
         terminaba  en  el asiento  trasero  de un  coche  de policía,  de ca-
         mino  al ala de psiquiatría  de la prisión de Tucson.  Ni siquiera
         lo creerían  si les decía que su hijo había muerto.  Después  de to-
         do, no  había cuerpo,  ni tampoco  restos  de la antigua piel. La se-
         creción  lechosa  que había  brotado  de la extremidad  trasera  de
         Francis  la habría  derretido  ya por completo.
              El último  halloween,  su padre había pasado una  noche en
         la comisaría  después  de un  episodio  de delirium  trémens  pro-
         ducido  por  el alcohol,  con  lo que  su  credibilidad  como  testi-
         go era  más  bien escasa.  Ella podría confirmar  su  historia,  pe-
         ro  su palabra no  valía mucho  más, ya que llamaba  a la redacción
         del Sucedió  en  Calliphora,  en  ocasiones  hasta  una  vez  al mes,
         para informar  de que había visto nubes  con  la apariencia  de Je-
         sucristo.  Tenía un  álbum de fotos de nubes  que, según ella, lle-
         vaban  el rostro  de Su Salvador.  Francis  lo había  ojeado, pero
         fue incapaz de reconocer  ninguna personalidad  religiosa,  aun-
         que sí admitió  que había una  nube que parecía un  hombre  gor-
         do con  un  gorro  turco.
              La policía local lo buscaría,  claro, pero  no  estaba  seguro
         de cuánto  interés  pondrían en la investigación.  Tenía dieciocho
         años  —y por  tanto  libertad  para  hacer lo que  quisiera—,  y a
         menudo  faltaba  al colegio sin justificante.  Tan sólo había unos
         pocos  policías  en  Calliphora:  el sheriff  George  Walker  y tres
         agentes  de medio  tiempo.  Eso  limitaba  mucho  las posibilida-
         des de una  búsqueda, y, además, había otras  cosas  que hacer en




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