Page 113 - Fantasmas
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Joe  HitL



       situd,  como  si le hubieran  llenado  las venas  de novocaína.  Al
       final  del vertedero,  donde  terminaba  la alcantarilla,  vio un  re-
       molque sujeto con  ruedas  de cemento.  Bajó del montón  de ba-
       sura  y se dirigió hacia él. Cuando  lo vio pensó que tenía aspecto
       de estar  abandonado,  y así era.  Debajo hacía una  sombra  deli-
       ciosamente  fresca,  y meterse  allí resultaba  tan  refrescante  co-
       mo  darse  un  chapuzón  en  un  día caluroso.
             Descansó  hasta  que le despertó  Eric  Hickman.  Aunque
       no  dormía  en  el sentido  literal  del término;  en  lugar de ello
       había  adoptado una  postura  de inmovilidad  total en  la que no
       pensaba  en  nada y, sin embargo,  estaba  completamente  aler-
       ta.  Escuchó  el sonido  de los pies de Eric  arrastrándose  y ara-
       ñando  el suelo  desde  doce  metros  de distancia,  y levantó  la
       cabeza.  Eric  bizqueaba  detrás  de sus  gafas en  el sol de la tar-
       de. Siempre  lo hacía  —cuando  leía o  cuando  estaba  concen-
       trado  pensando—,  un  hábito  que le daba  siempre  a su  cara  un
       aspecto  simiesco.  Una mueca  tan desagradable  que de forma na-
       tural provocaba en  quienes lo miraban  el deseo de darle un  mo-
       tivo verdadero  por el que hacer muecas.
             —Francis  —dijo Eric  en  un  susurro  audible.
             Llevaba  un  paquete  grasiento  de papel marrón  que  bien
       podía ser  su  almuerzo,  y al verlo Francis  sintió una  fuerte pun-
       zada de hambre,  pero  no  salió  de su  escondite.
             —Francis,  ¿estás  ahí abajo? —susurró,  o más  bien  gritó
       Eric una vez  más  antes  de desaparecer.
             Francis  había querido dejarse ver, pero fue incapaz, lo que
       lo detuvo  fue la idea  de que  Eric  estaba  allí con  el único  pro-
       pósito de hacerle  salir.  Se imaginó  a un  equipo  de francotira-
       dores  agazapados  sobre  las montañas  de basura,  vigilando  la
       carretera  por las mirillas  de sus  rifles,  atentos  a cualquier in-
       dicio  del grillo gigante y asesino.  Así que  se  quedó donde  es-
       taba, acurrucado y tenso,  vigilando  los montículos  de desper-
       dicios y pendiente del más mínimo  movimiento.  Una lata cayó




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