Page 109 - Fantasmas
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Joe HiLL
chilló, aunque lo que salió de él no se parecía en nada a un gri-
to humano, sino más bien a alguien agitando una lámina de alu-
minio, un gorjeo ondulante e inhumano.
Buscó la manera de salir de allí. En la pared, sobre la ca-
ma, había ventanas, pero no lo bastante grandes, en realidad
eran meras hendiduras de treinta centímetros de alto. Su mira-
da viajó hasta su cama y permaneció allí, sorprendida y fija du-
rante unos segundos. Durante la noche se había destapado, em-
pujado las sábanas con los pies hasta el extremo del colchón y
ahora estaban cubiertas de una baba blanca y espumosa, se esta-
ban disolviendo en ella... se habían derretido y oscurecido al
mismo tiempo hasta convertirse en una masa orgánica viscosa y
burbujeante.
La cama estaba profundamente hundida en el centro, don-
de yacía su antiguo vestido de carne, un disfraz de una sola pie-
za desgarrado por la mitad. No vio su cara, pero sí una mano,
un arrugado guante color carne vacío, con los dedos vueltos del
revés. La espuma que había corroído las sábanas goteaba en di-
rección a su vieja piel y allí donde entraba en contacto con ella
el tejido se hinchaba y humeaba. Francis recordó haberse tirado
un pedo y la sensación de un líquido caliente que descendía por
sus patas traseras. De alguna manera él era el autor de aquello.
El aire tembló con un repentino estruendo. Miró hacia
atrás y vio a su padre en el suelo, con los dedos de los pies apun-
tando hacia arriba. Dirigió la vista al cuarto de estar, donde Ella
trataba de incorporarse en el sofá. Al ver a Francis, en lugar de
ponerse pálida y llevarse las manos al pecho, permaneció in-
móvil y con rostro inexpresivo. Tenía en la mano una botella
de Coca-Cola —todavía no eran ni las diez de la mañana— y
se disponía a dar un sorbo cuando se quedó a medio camino,
petrificada.
—Oh, dios mío —dijo en un tono de voz sorprendido,
pero relativamente normal—. Mírate.
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