Page 213 - Fantasmas
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Joe  HitL



   espalda y él alargó el brazo pensando  en  cogerla por la manga,
   obligarla  a quedarse  allí hasta que  se  le ocurriera  cómo  hacer-
   le ver  que lo sentía,  sin llegar a pedirle perdón.  Pero  ella se  gi-
   ró y le dirigió una  mirada furiosa  con  ojos llorosos.  Musitó  al-
   guna cosa,  de la que sólo entendió  parte —la palabra «retrasado»
   y después  algo sobre  saber  leer—, pero  lo que  oyó le bastó, y
   sintió  un  frío repentino  y doloroso  en  el pecho.
         —Abre  la boca  otra  vez  y te  arranco  ese  piercing  de la
   lengua, zorra.
         Los ojos de Kensington  brillaron  de furia.  Aquélla sí era
   la Kensington  que conocía.  Después  echó  a andar arrastrando
   sus  piernas  gruesas  y cortas  alrededor  del mostrador  y en  di-
   rección  al fondo  de la tienda.  Wyatt  la miró  resentido  y as-
   queado.  Iba a la oficina,  a acusarlo  con  la señora  Badia.
         Decidió  que había llegado el momento  de tomar  un  des-
   canso  y cogió su  cazadora  de militar y salió por las puertas  de
   plexiglás.  Encendió  un  American  Spirit y permaneció  apoya-
   do en la pared de estuco  con  los hombros  encogidos.  Fumaba
   y temblaba,  mirando  furioso  al otro  lado  de la calle,  a la fe-
   rretería  de Miller.
         Vio  a la señora  Prezar  estacionar  su  camioneta  en  la fe-
   rretería.  En el coche iban también  sus  dos hijos. La señora  Pre-
   zar  vivía  al final  de la calle, en  una  casa  de color  de licuado  de
   fresa. Wyatt le había cortado  el césped, no  recientemente,  sino
   varios  años  atrás,  cuando  trabajaba  cortando  la hierba  de los
   jardines.
         La señora  Prezar  salió  del coche  y se  encaminó  con  pa-
   so  decidido  hacia la ferretería,  dejando el motor  en marcha.  Te-
   nía una  cara  ancha y siempre iba muy  maquillada,  pero  no  era
   fea.  Había  algo en  su  boca —el  labio  inferior  era  carnoso  y
   sexy—  que a Wyatt siempre le había  gustado.  Su expresión,  al
   entrar  en  la tienda,  era  la de un  autómata,  no  dejaba traslucir
   emoción  alguna.




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