Page 216 - Fantasmas
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FANTASMAS



            considerada  la animadora  más guapa de todas las que, según los
            rumores,  Treat  se  había  cogido.
                  La señora  Prezar  salió de la tienda.  Sólo había estado den-
            tro  un  minuto  y no  había  comprado  nada.  Se cerraba  la cha-
            queta con  una  mano,  tal vez para protegerse  del viento.  Sus ojos
            se posaron  fugazmente  en  Wyatt por segunda vez,  sin dar se-
            ñales  de reconocerlo  ni de reparar  siquiera en  su  presencia.  Se
            dejó caer  en  el asiento  del conductor,  cerró  la puerta  de gol-
            pe y salió  marcha  atrás  tan  rápido  que  los neumáticos  chi-
            rriaron.
                  Tampoco  se  había  fijado mucho  en  él cuando  le cortaba
            el césped. Recordó  que una  vez,  después de terminar  su jardín,
            entró  en la casa  por una  puerta  corredera  de cristal  que daba al
            cuarto  de estar.  Llevaba  toda la mañana  cortándole  el césped
            —la señora  Prezar  era  rica; su  marido  era  ejecutivo en una  com-
            pañía que vendía  banda  ancha y tenían  el  jardín más  grande de
            toda  la calle—  y estaba  acalorado  y sudoroso,  con  hierba  en
            la cara  y en  los brazos.  La señora  Prezar  hablaba  por teléfono
            y Wyatt se quedó junto a la puerta  esperando  a que reparara  en
            su  presencia.
                  Se tomó  su  tiempo.  Estaba  sentada  ante  una  mesa  pe-
            queña,  jugando  con  un  tirabuzón  de su  pelo rubio  y mecién-
            dose  atrás  y adelante  en  su  silla, riendo  de vez  en  cuando.  Te-
            nía varias  tarjetas  de crédito  esparcidas  sobre  la mesa y las
            cambiaba  de sitio  distraídamente  con  el dedo  meñique.  No lo
            miró  ni siquiera cuando  Wyatt carraspeó  para llamar  su  aten-
            ción.  Él esperó durante  diez minutos,  hasta que por fin ella col-
            gó el teléfono  y se  giró para  mirarlo,  repentinamente  concen-
            trada.  Le dijo que lo había estado observando  mientras  trabajaba
            y que no  le pagaba por detenerse  a charlar  con  el primero que
            pasara  por la calle.  También  que  le había  oído pasar  por enci-
            ma  de una  piedra y que  si resultaba  que la cortadora  se  había
            arañado  se aseguraría de que le pagara  otra  nueva.  El pago  acor-




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