Page 219 - Fantasmas
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Joe HiLL



   quejas. Había dicho:  «Estoy cansada  de tantos  incidentes»,  pe-
   ro  ¿no habría  que juzgar este  incidente  en particular y con  sus
   circunstancias,  y no  había  que hacer  lo mismo  con  los otros?
         Tiró  el cigarrillo,  que  levantó  chispas  en  el asfalto,  y
   echó  a andar.  Llegó a la esquina  a paso  rápido.  El escapara-
   te  estaba  cubierto  de carteles  de películas  y Kensington  mi-
   raba hacia el estacionamiento  por un  hueco  entre  Pitch  Black
   y Los otros.  Tenía  los ojos rojos y la mirada  desenfocada.  Por
   su  expresión  distraída,  Wyatt  supo  que pensaba  que  él ya se
   había  marchado  y, sin poder contenerse,  se  abalanzó  contra
   el cristal  y le enseñó  el dedo  medio  justo a la altura  de la ca-
   ra.  Kensington  se  sobresaltó  y abrió  la boca sorprendida  for-
   mando  una  o.
         Salió  corriendo  y atravesó  el estacionamiento.  Un co-
   che apareció de repente  de la carretera  y el conductor  tuvo  que
   frenar para no  atropellarlo.  Tocó, furioso,  el claxon, y Wyatt le
   dirigió una  mirada  de desprecio  mientras  le enseñaba  también
   el dedo  medio.  Pronto  estuvo  al otro  lado  del estacionamien-
   to, corriendo  hacia  el bosque  sucio  y lleno  de maleza.
         Caminó  por un  sendero  estrecho,  el que tomaba  siempre
   para volver a casa  cuando  no  había  nadie  que lo llevara  en  co-
   che.  Entre  los árboles  había  colchones  medio  podridos  y em-
   papados, bolsas  de basura llenas hasta reventar  y piezas de elec-
   trodomésticos  oxidadas.  Había un  reguero  de agua procedente
   del desagije del lavadero  de coches  Queen Bee.  No podía ver-
   lo, pero sí oírlo  discurrir  bajo la maleza,  y el olor  a cera  de
   coche barata y espuma  para alfombrillas  con  aroma a  cereza  era
   por momentos  intenso.  Ahora  caminaba  despacio y con  la ca-
   beza  hundida  en  los hombros.  Le costaba  distinguir  las finas
   ramas  de los árboles  que  entorpecían  el camino  en  la crecien-
   te penumbra  del atardecer,  y no  quería tropezar.
         El sendero  terminaba  en  un  camino  de tierra  que  ser-
   penteaba junto a un  estanque  poco  profundo y, como  era  bien




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