Page 73 - Fantasmas
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Joe Hit
lo mira con la boca ligeramente entreabierta y expresión casi
fervorosa.
Entonces viene una escena en la que aparece vuelto hacia
el asiento situado a su izquierda, en el que se ha sentado una
mujer de azul. Alec está inclinado sobre ella y no hay duda de
que se están besando. Los espectadores que los rodean no les
prestan atención, El mago de Oz está a punto de terminar. Lo
sabemos porque se oye a Judy Garland recitando una y otra vez
las mismas palabras con voz queda y anbelante. Dice... Bueno,
ya saben lo que dice. Son las seis palabras más bellas jamás pro-
nunciadas en una película.
En la escena que viene a continuación se han encendido
las luces y un grupo de personas se arremolina alrededor
del cuerpo inerte de Alec, desplomado en la butaca. Steven
Greenberg está en el pasillo, histérico, y pidiendo a gritos un
doctor. Se escucha el llanto de un niño y también un zumbido
de fondo procedente de los espectadores, que cuchichean ner-
viosos. Pero ésta no es la escena que importa, sino la inmedia-
tamente anterior.
Sólo dura unos segundos, unos pocos cientos de foto-
gramas que muestran a Alec con su acompañante sin identifi-
car y que le reportarán a Lois fama y, por supuesto, dinero.
Se emitirá en programas de televisión dedicados a fenómenos
inexplicables, todos aquellos fascinados por lo sobrenatural
la verán una y otra vez. Será estudiada, comentada, refutada,
confirmada y celebrada. Veámosla de nuevo.
Él se inclina sobre ella. Ella alza la cara hacia la suya y cie-
rra los ojos. Es muy joven y se entrega por completo. Alec se
ha quitado las gafas y la sujeta con suavidad por la cintura. Es
el beso con el que todos soñamos, un beso de cine. Y, de fon-
do, la voz infantil y animosa de Dorothy llena la oscuridad
de la sala. Dice algo sobre volver a casa. Algo que todos co-
nocemos.
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