Page 78 - Fantasmas
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FANTASMAS



       mo  terminan  esa  clase  de historias  en  la Biblia.  Sus protago-
       nistas  no  viven  mucho  tiempo, porque  siempre  aparece  el ton-
       to  o el idiota  de turno  que los pincha con  un  clavo  y se  queda
       mirándolos  mientras  se  desinflan  poco  a poco.
             Art tenía  algo especial,  algo que hacía  que los otros  chi-
       cos  se  sintieran  naturalmente  impulsados  a pegarle.  Era nuevo
       en  el instituto,  pues  sus  padres  acababan  de mudarse  a la ciu-
       dad. Eran normales,  tenían  sangre  en  las venas,  no  aire. Art pa-
       decía uno  de esos  desórdenes  genéticos que juegan a la rayue-
       la con  las generaciones,  como  la enfermedad  de Tay-Sachs  (una
       vez  me  contó  que tuvo  un  tío abuelo,  también  inflable,  que  al
       ir a saltar sobre un montón  de hojas secas  explotó tras  pincharse
       con  el diente  de un  rastrillo  enterrado).  En el primer día de cur-
       so, la señora  Gannon  le hizo ponerse  de pie delante de toda la cla-
       se y nos  lo explicó todo mientras  él, avergonzado,  balanceaba  la
       cabeza.

             Era  blanco,  pero  no  de raza  caucásica,  sino  blanco  co-
       mo  el malvavisco,  o como  Gasparín.  Una costura  le recorría  la
       cabeza  y los costados  del cuerpo,  y debajo  de un  brazo  tenía
       un  pezón de plástico por donde  se  le podía inflar.
             La señora  Gannon  nos  dijo que  debíamos  evitar  a toda
       costa  correr  con  tijeras o bolígrafos  en  la mano,  ya que un  pin-

       chazo  podría matarlo.  Además  no  podía hablar;  todos  debía-
       mos  tenerlo  en  cuenta.  Sus aficiones  eran  los astronautas,  la fo-
       tografía y las novelas  de Bernard  Malamud.
             Antes  de invitarlo  a ocupar  su  sitio le pellizcó suavemente
       en  el hombro  para  darle ánimos  y cuando  hundió  los dedos  en
       él Art emitió  un  ligero silbido.  Era  el único  sonido  que  salía
       de él. Si se  doblaba  era  capaz  de producir pequeños  chirridos
       y gemidos,  y cuando  otras  personas  le apretaban  dejaba es-
       capar  un  suave  pitido musical.
             Caminó  balanceándose  hasta el fondo  del aula y se  sentó
       en  una  silla vacía  que había  a mi lado.  Billy Spears,  que  estaba



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