Page 82 - Fantasmas
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FANTASMAS



            —Nos  estamos  divirtiendo  un  rato  —contestó  Billy.
            —Queremos  ver  hasta dónde puede subir —añadió  Cas-
       sius—.  Deberías  bajar.  ¡Vamos  a lanzarlo  hasta  el puto  tejado
       del colegio!
            —Se  me  ocurre  algo más  chingón —dije, pensando  que
       la palabra «chingón»  es  perfecta si quieres  que otros  chicos te
       consideren  un  psicópata  retrasado  mental—.  ¿Qué tal si juga-
       mos  a ver  si puedo mandar  sus  culos  sebosos  al tejado del co-
       legio de una  patada?                  :
            —¿A ti qué te pasa? —preguntó  Billy —. ¿Estás con  la re-
       gla o qué?
            Agarré a Art y bajé al suelo de un  salto.  Cassius palideció
       y John Erikson  retrocedió  unos  pasos.  Yo seguía sujetando  a
       Art debajo del brazo, con  los pies apuntando  hacia ellos y la ca-
       beza en  sentido  contrario.
            —Son  unos  mierdas  —dije, porque  no  siempre es  el mo-
       mento  de decir algo gracioso. Y les di la espalda, temiendo  sen-
       tir de un  momento  a otro  la pelota de Billy en  la nuca,  pero  és-
       te no  hizo nada, y seguí caminando.
             Fuimos  hasta  el campo  de béisbol  y nos  sentamos  en  el
       montículo.  Art  me  escribió  una  nota  dándome  las gracias  y
       otra  diciendo  que  no  tenía  por  qué haber  hecho  lo que  hice,
       pero  que  se  alegraba  de ello  y que  me  debía  una.  Me  metí  las
       dos notas  en  el bolsillo  después  de leerlas,  sin pensar  por qué
       lo hacía.  Esa  noche,  solo  en  mi habitación,  saqué una  bola  de
       papel de notas  arrugado  del bolsillo, un bulto  del tamaño  de
       un  limón,  las separé,  las alisé  sobre  la cama  y volví  a leerlas.
       No tenía  ninguna razón  para  no  tirarlas,  pero  en  lugar de eso
       empecé  a coleccionarlas.  Era como  si una  parte  de mí supiera
       ya entonces  que  cuando  Art no  estuviera  allí necesitaría  algo
       que  me  lo recordara.  Durante  el año  siguiente  guardé cientos
       de notas,  algunas  de las cuales  eran  sólo un  par de palabras,  y
       otras,  auténticos  manifiestos  de seis páginas.  Todavía  conser-




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