Page 85 - Fantasmas
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Joe HitL
Para entonces, sin embargo, a Art le daba miedo venir a
casa y prefería que nos viéramos en la suya. Yo no veía por qué.
Estaba mucho más lejos andando desde el colegio, mientras que
mi casa se hallaba justo a la vuelta de la esquina.
—¿Qué te preocupa? —le pregunté—. Está encerrado.
Como supondrás, no va a aprender a abrir la puerta.
Art lo sabía... pero seguía sin querer venir a casa, y cuan-
do lo hacía solía traer un par de parches de rueda de bicicleta,
por si acaso.
Una vez que empezamos a ir todos los días a casa de Art
y eso se convirtió en una costumbre, me preguntaba por qué
no había querido hacerlo antes. Me habitué a la caminata, la
hice tantas veces que llegué a olvidarme de lo larga —lo in-
terminable— que era. Incluso esperaba con ilusión ese paseo
vespertino por las serpenteantes calles de las afueras, dejando
atrás viviendas al estilo Disney en variedad de tonos pastel:
limón, nácar, mandarina. Mientras recorría el camino que se-
paraba mi casa de la de Art, tenía la impresión de que me in-
ternaba en una zona donde la paz y el orden eran cada vez ma-
yores, y que en el corazón de todo ello estaba Art.
Art no podía correr, hablar o acercarse a nada puntiagu-
do, pero en su casa no nos aburríamos. Veíamos la televisión.
Yo no era como el resto de los niños, no sabía nada de televi-
sión. Ya he mencionado que mi padre padecía fuertes migrañas
y estaba de baja por invalidez. Vivía literalmente en la sala de
estar y acaparaba el televisor todo el día, pues seguía cinco te-
lenovelas diferentes. Yo trataba de no molestarlo y rara vez me
sentaba con él, ya que notaba que mi presencia lo distraía en
un momento en que necesitaba concentración.
Art habría accedido a ver cualquier cosa que yo qui-
siera, pero a mí se me había olvidado para qué servía un con-
trol remoto y era incapaz de elegir un canal, no sabía cómo
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