Page 76 - Fantasmas
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FANTASMAS
niño de poco más de cien gramos de peso hecho de plástico
y relleno de aire.
Creo que una de las razones por las que nos hicimos tan
amigos fue porque sabía escuchar, y yo necesitaba a alguien que
me escuchara. Mi madre no estaba y con mi padre no podía ha-
blar. Mi madre se marchó cuando yo tenía tres años y envió a
mi padre una carta desde Florida, confusa e incoherente, sobre
pecas, rayos gamma, sobre la radiación que emiten los cables
de alta tensión y sobre cómo un lunar que tenía en el dorso de
la mano izquierda se le había extendido por el brazo hasta el
hombro. Después de eso, sólo un par de postales, y luego,
nada.
En cuanto a mi padre, padecía migrañas y por las tardes
se sentaba a ver telenovelas en la penumbra del cuarto de estar,
con ojos vidriosos y tristes. No soportaba que nadie lo moles-
tara, así que no se le podía decir nada; hasta intentarlo era un
error.
—Bla, bla, bla —decía, interrumpiéndome a mitad de
frase—. La cabeza me está matando y aquí estás tú con tu bla,
bla, bla.
Pero a Art sí le gustaba escuchar y, a cambio, yo le brin-
daba mi protección. Los otros chicos me tenían miedo porque
me había forjado una mala reputación. Tenía una navaja auto-
mática y a veces me la llevaba a la escuela y se la enseñaba a los
otros chicos para mantenerlos asustados. Lo cierto es que el
único lugar donde la clavaba era en la pared de mi habitación.
Me gustaba tirarme sobre la cama, lanzarla contra el aglome-
rado y escuchar cómo la punta se hundía con un sonido seco.
Un día que Art estaba de visita y vio las muescas en la pa-
red se lo expliqué, una cosa llevó a la otra y antes de que me
diera cuenta me estaba pidiendo que le dejara tirar a él.
—Pero ¿qué te pasa? —le dije—. ¿No tienes nada dentro
de la cabeza o qué? Olvídalo, ni hablar.
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