Page 75 - Fantasmas
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La ley de la gravedad
uando yo tenía doce años mi mejor amigo era infla-
ble. Se llamaba Arthur Roth, lo que lo convertía ade-
más en un hebreo inflable, aunque en nuestras charlas ocasio-
nales sobre la vida en el más allá no recuerdo que adoptara una
postura especialmente judía. Charlar era lo que más hacíamos
—pues, dada su condición, las actividades al aire libre estaban
descartadas— y el tema de la muerte y lo que puede haber des-
pués de ella surgió más de una vez. Creo que Arthur sabía que
tendría suerte si sobrevivía al colegio. Cuando le conocí ya ha-
bía estado a punto de morir una docena de veces, una por ca-
da año de vida, así que el más allá siempre estaba en sus pen-
samientos; y también la posible inexistencia del mismo.
Cuando digo que charlábamos quiero decir que nos co-
municábamos, discutíamos, intercambiábamos insultos y elo-
gios. Para ser exactos, era yo el que hablaba. Art no podía, por-
que no tenía boca. Cuando tenía algo que decir lo escribía.
Llevaba siempre una libreta colgada del cuello con un hilo
de bramante y ceras en el bolsillo. Los trabajos de clase y los
exámenes los hacía siempre con cera, pues el lector entende-
rá lo peligroso que puede resultar un lápiz afilado para un
zo