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"Un segundo vistazo, nada más. Sólo para convencerme de que la primera vez
no pasó de verdad, de que fue sólo mi cabeza jugándome una mala pasada."
Bueno, al menos era una posibilidad.
Hasta era posible que fuera así. Pero Bill sospechaba que la culpa era del álbum
mismo. Ejercía cierta fascinación descabellada sobre él. Lo que había visto... o
creído ver...
Abrió el álbum. Estaba lleno de fotos que George había conseguido de sus
padres y sus tíos. A George no le importaba conocer a las personas o los lugares
fotografiados, lo que le fascinaba era la idea de la fotografía en sí. Cuando no
conseguía, por mucho que fastidiara, que alguien le diera fotos nuevas para su
álbum, se sentaba en la cama, cruzado de piernas justo donde Bill estaba ahora, y
contemplaba las viejas, volviendo las páginas para estudiar las imágenes en
blanco y negro. Allí estaba su madre, joven e increíblemente hermosa. Su padre,
con dieciocho años, uno entre tres cazadores, junto al cadáver de un venado. El
tío Hoyt, de pie entre algunas rocas, con un esturión. La tía Fortuna, en la Feria
Agrícola de Derry, orgullosamente arrodillada junto a un cesto de tomates de su
cosecha. Un viejo Buick, una iglesia, una casa, una ruta que iba de alguna parte a
otra. Todas fotografías tomadas por razones perdidas y encerradas allí, en el
álbum de un niño muerto.
Bill se vio a sí mismo a los tres años, incorporado en una cama de hospital, con
un turbante de vendajes cubriéndole el pelo, las mejillas y la mandíbula
fracturadas. Había sido atropellado por un coche en el aparcamiento de A and P,
en Center Street. Recordaba muy poco de esa hospitalización: sólo que le daban
helados batidos con leche y que la cabeza le había dolido espantosamente
durante tres días.
Allí estaba toda la familia, en el césped de la casa: Bill, de pie junto a su madre,
cogido de su mano; George, apenas un bebé, dormido en brazos de Zack. Y allí...
No era la última página del álbum, pero sí la última que importaba, porque las
siguientes estaban en blanco. La última fotografía era la del curso de George,
tomada en octubre del año pasado, diez días antes de que muriera. Se lo veía con
una camisa de marinero, el pelo rebelde aplastado con agua. Estaba muy
sonriente, con dos huecos en la dentadura donde jamás crecerían dientes
nuevos... "A menos que sigan creciendo después de la muerte", pensó Bill y se
estremeció.
Miró con fijeza la fotografía por un rato. Estaba por cerrar el libro cuando lo de
diciembre volvió a ocurrir.
En la fotografía, los ojos de George se movieron. Buscaron los de Bill. Su
sonrisa importada, de fotografía, se convirtió en una horrible mueca libidinosa. Su
ojo derecho se cerró con un guiño: "Nos veremos pronto, Bill. En mi armario. Tal
vez esta noche."
Bill arrojó el libro al otro lado de la habitación y se cubrió la boca con las manos.
El álbum chocó contra la pared y cayo al suelo, abierto. Las páginas se
volvieron, aunque no había corriente de aire, y el libro quedó mostrando otra vez
esa horrible foto, la que rezaba: "Amigos de la escuela, 1955-1958."
La foto empezó a sangrar.
Bill quedó petrificado. Quiso gritar, pero de su boca sólo surgieron débiles
gemidos.