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--¿Sabes una cosa? -dijo Ben-. Vosotros dos sois geniales.
                   Eddie pareció azorado y casi nervioso.
                   --Bill sí lo es -reconoció.
                   Y se puso en marcha. Ben lo siguió con la vista mientras caminaba por Jackson
                Street. Luego giró hacia su casa. Tres calles más allá vio a tres siluetas familiares
                en la parada del autobús, en la esquina de Jackson y Main. Estaban casi de
                espaldas a Ben. El chico agachó la cabeza tras un seto, con el corazón palpitante.
                Cinco minutos después se detuvo allí el interurbano Derry Newport Haven. Henry
                y sus amigos aplastaron las colillas en la calle y subieron.
                   Ben esperó a que el autobús se perdiera de vista y luego apuró el paso de
                regreso a su casa.



                   8.


                   Esa noche, a Bill Denbrough le ocurrió algo terrible. Le ocurría por segunda vez.
                   Sus padres estaban abajo, viendo la tele, casi sin hablar, sentados en los
                extremos del sofá como si fueran sujetalibros. En otros tiempos, ese comedor
                había estado lleno de risas y charlas, a veces a tal punto que no se podía ver la
                tele.
                   --¡A ver si te callas, Georgie! -gritaba Bill.
                   --Me callo si tú dejas de comerte todas las palomitas de maíz -replicaba su
                hermanito-. Ma, dile a Bill que me dé las palomitas de maíz.
                   --Bill, da las palomitas de maíz a tu hermano. Y no me digas "ma", George.
                Parece un balido de oveja.
                   Otras veces, el padre contaba un chiste y todos reían. George no entendía todos
                los chistes, pero reía porque los otros lo hacían.
                   En aquellos tiempos, sus padres eran también sujetalibros en los extremos del
                sofá, pero él y George eran los libros. Tras la muerte de George, Bill había tratado
                de oficiar de libro entre ellos, mientras veían la tele, pero era un trabajo muy frío.
                Ellos emanaban frío en ambas direcciones y el calentador de Bill no alcanzaba
                para tanto. Tenía que irse porque ese tipo de frío le helaba las mejillas y lo hacía
                lagrimear.
                   --¿Q-q-queréis oír un ch-chiste nnuevo que me c-c-contaron en la escescuela? -
                había intentado una vez.
                   Silencio de ambos. En la tele, un criminal suplicaba a su hermano sacerdote que
                lo escondiera.
                   El padre levantó la vista de la publicación que estaba leyendo y echó a Bill una
                mirada algo sorprendida. Luego volvió a la revista. Tenía la foto de un cazador
                despatarrado en un banco de nieve, mirando hacia arriba, hacia un enorme y
                rugiente oso polar. "Destrozado por el asesino de los páramos blancos", era el
                título del artículo. Bill había pensado: "Ya sé dónde hay un páramo blanco: aquí
                mismo, entre papá y mamá, en este sofá."
                   Su madre ni siquiera levantó la vista.
                   -Es así: ¿c-c-cuántos fra-franceses hacen f-falta para cambiar una b-bbombilla?
                -insistió Bill.
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