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Aquello estaba convirtiéndose en la conversación más interesante de las últimas
                semanas.
                   --No sé. Si le crees a mi madre, puede pasarte cualquier cosa. -Eddie se volvió
                hacia Ben-. Me lleva a las urgencias una o dos veces por mes. Detesto ese lugar.
                Una vez, un enfermero le dijo que tendrían que cobrarle alquiler. Ella se enfadó.
                   --Vaya -dijo Ben-. ¿Y por qué no le dices que no? Algo como "¡Pero, mamá, si
                estoy bien! Quiero quedarme a ver Caza submarina". Algo así.
                   --Ohhh -murmuró Eddie, incómodo.
                   --Tú te llamas Ben Ha-Ha-Hanscom, ¿no? -preguntó Bill.
                   --D-disculpa.
                   --Sí. Y tú Bill Denbrough.
                   --S-Sí. Y él es e-e-e-e...
                   --Eddie Kaspbrak -se presentó Eddie-. Detesto que tartamudees mi nombre, Bill.
                Pareces Elmer Fudd.
                   --Bueno, encantado de conoceros -saludó Ben.
                   Sonó afeminado y algo tímido. Entre los tres se hizo el silencio. Pero no era un
                silencio incómodo. En él se hicieron amigos.
                   --¿Por qué te perseguían esos tipos? -preguntó Eddie, al fin.
                   --S-siempre están pe-persiguiendo a alg-g-guien -observó Bill-. Odio a esos
                follamadres.
                   Ben guardó silencio por un instante, sobre todo por admiración a Bill, por haber
                usado lo que su madre solía llamar la peor palabra. Ben no había dicho nunca la
                peor palabra en voz alta, aunque la había escrito (en letras pequeñas) en un poste
                de teléfono, en la noche de Halloween, dos años atrás.
                   --Bowers se sentó junto a mí durante los exámenes -dijo luego-. Quería copiar
                de mi trabajo. No lo dejé.
                   --Parece que quieres morir joven -dijo Eddie, admirado.
                   Bill el Tartaja estalló en una carcajada. Ben lo miró duramente, pero decidió que
                no estaba riéndose de él y sonrió.
                   --Creo que sí -reconoció-. La cuestión es que ahora tiene que hacer el curso de
                recuperación. Él y esos dos bastardos estaban esperándome, y así fueron las
                cosas.
                   --P-p-parece que te hub-b-biera atrropellad-do un tren- observó Bill.
                   --Caí aquí abajo desde Kansas. Por la ladera.
                   Ben miró a Eddie-. Ahora que lo pienso, creo que nos vamos a encontrar en las
                urgencias. Cuando mamá vea esta ropa, me va a llevar allí.
                   Esa vez, Bill y Eddie rompieron a reír al unísono y Ben los imitó. Le dolía la
                barriga cuando se reía, pero igual rió, aguda y algo histéricamente. Al fin tuvo que
                sentarse en el barranco y el ruido a burbuja reventada que hizo su trasero contra
                la tierra le hizo reír otra vez. Le gustaba el sonido de su risa con la de ellos. Era un
                sonido que nunca había oído: no el de risa mezclada (eso lo había oído muchas
                veces) sino el de risa mezclada de la cual formaba parte la suya propia.
                   Miró a Bill Denbrough, que le sostuvo la mirada, y eso bastó para hacerles reír
                otra vez.
                   Bill, se subió el cuello de la camisa y comenzó a caminar encorvado, con gesto
                hosco y chulo. Su voz se hizo más grave:
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