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Ben se sentía estúpido (y estaba seguro de que se le notaba en la cara). Pero
                no le importó parecer estúpido porque de pronto se sintió feliz. No recordaba
                haberse sentido tan feliz en muchísimo tiempo.
                   --Bueno, sí. Entonces, si rellenáis... si rellenamos el espacio de en medio con
                piedras y cosas así, se sostendrá. A medida que el agua se acumule, la tabla que
                esté contra la corriente se inclinará contra las rocas. La segunda tabla, después de
                un rato, se torcería hacia atrás y se iría con el agua, supongo, pero si tenemos una
                tercera tabla... Bueno, mirad.
                   Y dibujó en el polvo con un palito. Bill y Eddie Kaspbrak se inclinaron sobre el
                diseño para estudiarlo con sobrio interés.
                   --¿Has construido alguna vez un dique? -preguntó Eddie con tono de respeto.
                   --No.
                   --Entonces, ¿c-c-cómo sabes que va a funcionar?
                   Ben lo miro, desconcertado.
                   --Seguro que funciona. ¿Por qué no iba a funcionar?
                   --Pero ¿c-c-cómo lo s-s-sabes? -insistió Bill. Ben reconoció el tono de la
                pregunta; no era de sarcasmo ni de incredulidad, sino de interés-. ¿Cómo te d-das
                c-c-cuenta?
                   --No lo sé, me doy cuenta -dijo Ben.
                   Miró nuevamente su dibujo, como para confirmar su seguridad. Nunca en su
                vida había visto un encajonado, ni siquiera en diagramas, y no tenía idea de que
                acababa de dibujar una representación bastante exacta de esa técnica.
                   --B-b-bueno -aceptó Bill y dio a Ben una palmada en la espalda-. Nos v-v-vemos
                ma-mañana.
                   --¿A qué hora?
                   --Yo-yo y E-eddie venimos a las o-o-ocho y memedia, m-m-más o menos.
                   --Siempre que yo no esté con mi madre en las urgencias- suspiró Eddie.
                   --Traeré algunas tablas -dijo Ben-. El viejo de la otra manzana tiene muchas. Le
                voy a pedir unas cuantas.
                   --Y trae algo de comer -sugirió Eddie-. Bocadillos, patatas fritas, cosas así.
                   --Bueno.
                   --¿T-t-tienes algún rev-revólver?
                   --Tengo una escopeta de aire comprimido -respondió Ben-. Me la regaló mi
                madre por Navidad, pero se pone furiosa si disparo dentro de la casa.
                   --T-t-tráela -dijo Bill-. A l-l-lo mejor jug-g-gamos a los p-p-pistoleros.
                   --De acuerdo -dijo Ben, alegremente-. Ahora, tengo que volver a mi casa.
                   --No-nosotros también- recordó Bill.
                   Los tres salieron juntos de Los Barrens. Ben ayudó a Bill a subir la bicicleta por
                el terraplén, mientras Eddie los seguía, otra vez respirando con trabajo y mirando
                con melancolía su camisa manchada de sangre.
                   Bill les dijo adiós y se fue pedaleando con fuerza, mientras gritaba:
                   --¡Hai-oh, Silver! ¡Arreee!
                   --Esa bicicleta es gigantesca -observó Ben.
                   --Ya lo creo -dijo Eddie. Había aspirado un poco más de su inhalador y ya
                respiraba con normalidad-. A veces me lleva atrás. Va tan rápido que me muero
                de miedo. Es buen chico. -Lo dijo como con indiferencia, pero en sus ojos había
                énfasis. Había adoración-. Sabes lo que pasó con su hermano, ¿no?
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