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surgían en su cabeza provenían de la idea inquietante de que en Derry en esa
                temporada, podía ocurrir cualquier cosa. Cualquier cosa.
                   Pero cuando tomó la última curva todo estaba estupendamente. Ben Hanscom
                seguía allí, sentado junto a Eddie. Eddie se había incorporado, las manos en el
                regazo, la cabeza inclinada, el pecho aún zumbándole. El sol, ya bajo, proyectaba
                largas sombras verdes a través del arroyo.
                   --Sí que has ido rápido -dijo Ben levantándose-. No te esperaba hasta dentro de
                media hora.
                   --Tengo una bicicleta muy rá-rápida -dijo Bill con cierto orgullo.
                   Por un momento los dos se miraron con cautela. Luego Ben sonrió, como
                tanteando, y Bill le devolvió la sonrisa. El chico era gordo pero parecía un tío legal.
                Y había aguantado. Para eso hacían falta agallas, porque Henry y sus malditos
                amigos aún podían andar por ahí.
                   Bill guiñó el ojo a Eddie, que lo miraba con muda gratitud.
                   --T-t-toma, E-e-e-eddie.
                   Le lanzó el inhalador. Eddie se lo llevó a la boca, apretó el gatillo y aspiró
                convulsivamente. Luego se reclinó hacia atrás, con los ojos cerrados. Ben lo
                observaba con preocupación.
                   --¡Vaya! Sí que le ha dado fuerte, ¿no?
                   Bill asintió.
                   --Por un rato tuve miedo -dijo Ben, en voz baja-. No sabía qué hacer si le daban
                convulsiones o algo así. Traté de recordar lo que nos enseñaron en la Cruz Roja,
                en abril. Pero sólo recordé lo de meterle un palo entre los dientes para que no se
                mordiera la lengua.
                   --Creo que eso es para los e-epepilépticos.
                   --Puede que tengas razón.
                   --Pero n-no l-le va a p-p-pasar nada -aclaró Bill-. Ese cc-hisme lo cura. M-mira.
                   La dificultosa respiración de Eddie se había normalizado. Abrió los ojos y los
                miró.
                   --Gracias, Bill -dijo-. Ésta sí fue fuerte.
                   --Creo que empezó cuando te aplastaron la nariz, ¿no? - preguntó Ben.
                   Eddie sonrió y se levantó, guardando el inhalador en el bolsillo trasero.
                   --Ni siquiera estaba pensando en mi nariz. Pensaba en mi madre.
                   --¿De veras?
                   Ben parecía sorprendido, pero su mano cogió los jirones de su sudadera,
                nervioso.
                   --En cuanto vea la sangre que tengo en la camisa me llevará a las urgencias del
                hospital.
                   --¿Por qué? -inquirió Ben-. Si ya pasó. ¡Jo!, me acuerdo de un chico que iba
                conmigo en el parvulario, Scooter Morgan. Empezó a sangrarle la nariz cuando se
                cayó del columpio. A él sí lo llevaron a las urgencias, pero porque seguía
                sangrando.
                   --¿Sí? -preguntó Bill-. ¿Y m-mmurió?
                   --No, pero faltó a la escuela una semana.
                   --No importa qué haya pasado -comentó Eddie, sombrío-. Ella me llevará igual.
                Dirá que tengo trozos de hueso en el cerebro o algo por el estilo.
                   --P-p-pero los huesos ¿t-t-te pueden llegar al cecerebro? -se extrañó Bill.
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