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Le temblaba la mano. Encajó la llave en la cerradura, y la hizo girar. Intentó asir
                el pomo de vidrio tallado, pero se le escurría porque la palma de la mano estaba
                empapada de sudor. Finalmente, consiguió hacerlo girar. Abrió la puerta.
                   --¿Stanley? Stanley...
                   Miró hacia la bañera, con su cortina azul recogida en un extremo y olvidó el
                nombre de su marido. Simplemente siguió mirando la bañera con gesto solemne,
                como el de un niño en su primer día de colegio. Luego comenzaría a gritar a todo
                pulmón. Entonces la oiría Anita Mackenzie, la vecina, y sería Anita Mackenzie
                quien llamaría a la policía convencida de que un delincuente había entrado en
                casa de los Uris.
                   Pero de momento Patty Uris permanecía en silencio, con las manos recogidas
                sobre su pecho, solemne. Y entonces, esa solemnidad casi sagrada comenzó a
                transformarse. Los ojos, enormes, comenzaron a sobresalir y su boca compuso
                una horrible mueca de horror. Quiso gritar y no pudo. Los gritos eran demasiado
                estridentes para salir.
                   El baño, iluminado por tubos fluorescentes, tenía mucha luz y no había sombras.
                Se veía todo, aunque una no quisiera verlo. El agua de la bañera tenía un tono
                rosado intenso. Stanley yacía con la espalda apoyada contra la parte posterior de
                la bañera. La cabeza caía tan hacia atrás que algunos mechones de corto pelo
                negro le rozaban la piel entre los omóplatos. Si sus ojos fijos hubieran podido ver,
                habría visto a Patty con la boca abierta y desencajada. Su expresión era de
                abismal, petrificado horror. En el borde de la bañera había una caja de hojas de
                afeitar Gillette Platinum Plus. Se había provocado dos cortes en la cara interior del
                brazo, desde la muñeca, hasta el codo, y cruzado después cada uno de esos tajos
                con un corte transversal en la muñeca formando dos sangrientas T mayúsculas.
                Las heridas relumbraban, rojo purpúrea, bajo la hiriente luz blanca. Patty pensó
                que los tendones y los ligamentos expuestos parecían trozos de carne barata.
                   En el borde del grifo reluciente se formó una gota de agua. Engordó, como si
                estuviera preñada. Centelleó. Cayó. Plink.
                   Stan había hundido el índice derecho en su propia sangre para escribir 0.una
                sola palabra en los azulejos celestes arriba de la bañera. Eran dos letras enormes,
                vacilantes:
                   IT
                   Una huella sangrienta, zigzagueante, caía desde la segunda letra de la palabra:
                el dedo había hecho esa marca al caer la mano en la bañera donde ahora flotaba.
                Patty pensó que Stanley había hecho esa marca -su última impresión sobre el
                mundo- mientras perdía la conciencia.
                   Otra gota cayo en la bañera.
                   Plink.
                   Eso la hizo reaccionar. Patty Uris recobró la voz. Con la vista fija en los ojos
                muertos y centelleantes de su marido, empezó a gritar.



                   2. Brichard Tozier se lanza a la carretera.


                   Rich pensaba que se las estaba arreglando muy bien hasta que comenzaron los
                vómitos.
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