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Bajó un poco la voz; mientras su ritmo se iba acelerando y tornando agitado.
Era, claramente, una voz norteamericana, pero se las componía para conjurar
imágenes de un adinerado colono británico, tan encantador, en su confusión,
como huero. Rich no tenía la menor idea de quién era Kinki Briefcase, pero estaba
seguro de que usaba trajes blancos, leía revistas caras, bebía tragos largos y olía
a champú de coco.
--Se lo dije enseguida: es tratar de explicarle a tu madre que te lo contagió una
haitiana. Hasta la próxima vez, éste ha sido Kinki Briefcase, contable sexual,
diciéndote, como siempre: "Si no entras en calor, me necesitas de asesor."
Carol Feeny aullaba de risa.
--¡Es perfecto! ¡Perfecto! Mi novio no cree que tú puedas hacer esas voces. Dice
qué ha de ser un filtro de sonido o algo así.
--Puro talento, querida -dijo Rich. Kinki Briefcase había desaparecido. Allí estaba
W. C. Fields, sombrero de copa, nariz roja, palos de golf y todo-. Estoy tan lleno de
talento que debo taponarme todos los orificios del cuerpo para que no se me
escape como... bueno, para que no se me escape.
Ella estalló en carcajadas. Rich cerró los ojos. Sentía un principio de dolor de
cabeza.
--Sé buena y haz todo lo que puedas, ¿quieres? -pidió, siempre con la voz de W.
C. Fields.
Y cortó la comunicación en medio de la carcajada.
Ahora tenía que volver a ser él mismo, y eso resultaba difícil. Resultaba más
difícil con cada año qué pasaba.
Cuando estaba tratando de elegir un buen par de mocasines, sonó otra vez el
teléfono. Era Carol Feeny en tiempo récord. Él sintió la necesidad de adoptar la
voz de Buford Kissdrivel, pero se contuvo. Carol le había conseguido un pasaje de
primera clase en el vuelo sin escalas de la American Airlines desde Los Angeles
hasta Boston. Saldría de Los Angeles a las 21.03, para llegar a Logan a eso de las
cinco de la mañana. Desde Logan, Delta lo llevaría a Bangor, Maine, saliendo a
las 7.30 y aterrizando a las 8.20. Ya le habían conseguido un sedán grande por
medio de Avis. Había sólo cuarenta kilómetros desde el local de Avis, en el
aeropuerto de Bangor, hasta el límite municipal de Derry.
"¿Sólo cuarenta kilómetros? -pensó Rich-. ¿Eso es todo, Carol? Bueno, tal vez
sea cierto... al menos en kilómetros. Pero no tienes la menor idea de lo lejos que
está Derry y yo tampoco. Pero, Dios mío, lo voy a descubrir."
--No traté de reservarte alojamiento porque no me dijiste cuánto tiempo vas a
pasar allí -dijo ella-. ¿Quieres...?
--No, ya me encargaré yo -respondió Rich. Y entonces entró en escena Buford
Kissdrivel con su voz engolada y sus vocales despatarradas.
--Te has portado como un ángel, corazón mío, como un ángel de verdad.
Colgó con suavidad (siempre hay que dejarlas riendo) y marcó 207-555-1212,
Información del estado de Maine. Quería el número de Town House de Derry.
Cielos, ése sí era un nombre del pasado. No había pensado en el Town House de
Derry por... ¿Cuánto tiempo? ¿Diez, veinte, veinticinco años, tal vez? Aunque
pareciera descabellado, calculaba que habían sido veinticinco años. Y si Mike no
hubiera llamado, bien habría podido pasar el resto de su vida sin acordarse de ese
hotel. Sin embargo, en otros tiempos pasaba junto a esa gran mole de ladrillo