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Stanley nunca cerraba la puerta cuando se bañaba. Era una especie de chiste
privado: cuando la puerta estaba cerrada significaba que él se estaba
comportando como un buen chico; y si estaba abierta, significaba que no se
opondría a hacer algo cuyo adiestramiento la madre había dejado, muy
correctamente, en manos de otros.
Patty llamó a la puerta suavemente. Cobró conciencia de que llamar a la puerta
del baño como si fuera un invitado era algo que no había hecho nunca en su vida
matrimonial.
De pronto, la alarma se intensificó en ella. Pensó en el lago Carson, donde había
nadado con frecuencia cuando niña. En los últimos días del verano, el lago estaba
caliente como una bañera... hasta que dabas con una parte fría que te hacía
estremecer de sorpresa y delicia. Sentías calor y al segundo siguiente era como si
la temperatura hubiera descendido veinte grados bajo las caderas. descontando el
placer, así se sentía en esos momentos, como si hubiera dado con una parte fría.
Sólo que esa parte no estaba por debajo de las caderas, enfriando sus largas
piernas de adolescente en las negras aguas del lago Carson.
Estaba alrededor de su corazón.
--¿Stanley? ¡Stan!
Golpeó con los nudillos. Como no obtuvo respuesta, descargó el puño contra la
puerta.
--¡Stanley! -El corazón ya no estaba en su pecho. Le latía en la garganta
dificultándole la respiración-. ¡Stanley!
En el silencio que siguió a su grito (y el sonido de su grito allí, a menos de nueve
metros de la cama donde apoyaba la cabeza para dormir todas las noches, la
asustó más aún) oyó un ruido que hizo ascender el pánico a su conciencia. Un
ruido insignificante, en realidad. Era sólo el ruido de una gota de agua. Plink...
plink... plink...
Imaginaba las gotas formándose en la boca del grifo, engordando, cada vez más
preñadas, para caer luego: plink.
Sólo ese ruido. Nada más. Y de pronto tuvo la terrible certeza de que esa noche
había sido Stanley, no su padre, el que había sufrido un ataque al corazón. Con un
gemido, accionó el pomo de vidrio tallado. La puerta no se movió. Estaba cerrada
con llave. Súbitamente, a Patty Uris se le ocurrieron tres nuncas: Stanley nunca se
daba un baño al anochecer, Stanley nunca cerraba la puerta a menos que
estuviera usando el inodoro y Stanley nunca había cerrado la puerta con llave, en
ninguna ocasión.
¿Sería posible, se preguntó, prepararse para un ataque al corazón?
Patty se pasó la lengua por los labios. Lo llamó otra vez por su nombre. No hubo
respuesta, salvo el persistente goteo del grifo. Al bajar la vista, vio que aún
sostenía la lata de cerveza. Se quedó mirándola estúpidamente, con el corazón
latiéndole en la garganta, como si nunca hubiera visto una lata de cerveza. Y
cuando parpadeó, la lata se convirtió en un teléfono, negro y amenazante como
una serpiente.
"¿Puedo ayudarla, señora? ¿Tiene algún problema?", le espetó la serpiente.
Patty colgó el auricular bruscamente y se apartó, frotándose la mano que lo
había sujetado. Al mirar alrededor, vio que estaba otra vez en el cuarto del