Page 39 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 39

Stanley nunca cerraba la puerta cuando se bañaba. Era una especie de chiste
                privado: cuando la puerta estaba cerrada significaba que él se estaba
                comportando como un buen chico; y si estaba abierta, significaba que no se
                opondría a hacer algo cuyo adiestramiento la madre había dejado, muy
                correctamente, en manos de otros.
                   Patty llamó a la puerta suavemente. Cobró conciencia de que llamar a la puerta
                del baño como si fuera un invitado era algo que no había hecho nunca en su vida
                matrimonial.
                   De pronto, la alarma se intensificó en ella. Pensó en el lago Carson, donde había
                nadado con frecuencia cuando niña. En los últimos días del verano, el lago estaba
                caliente como una bañera... hasta que dabas con una parte fría que te hacía
                estremecer de sorpresa y delicia. Sentías calor y al segundo siguiente era como si
                la temperatura hubiera descendido veinte grados bajo las caderas. descontando el
                placer, así se sentía en esos momentos, como si hubiera dado con una parte fría.
                Sólo que esa parte no estaba por debajo de las caderas, enfriando sus largas
                piernas de adolescente en las negras aguas del lago Carson.
                   Estaba alrededor de su corazón.

                   --¿Stanley? ¡Stan!
                   Golpeó con los nudillos. Como no obtuvo respuesta, descargó el puño contra la
                puerta.
                   --¡Stanley! -El corazón ya no estaba en su pecho. Le latía en la garganta
                dificultándole la respiración-. ¡Stanley!
                   En el silencio que siguió a su grito (y el sonido de su grito allí, a menos de nueve
                metros de la cama donde apoyaba la cabeza para dormir todas las noches, la
                asustó más aún) oyó un ruido que hizo ascender el pánico a su conciencia. Un
                ruido insignificante, en realidad. Era sólo el ruido de una gota de agua. Plink...
                plink... plink...
                   Imaginaba las gotas formándose en la boca del grifo, engordando, cada vez más
                preñadas, para caer luego: plink.
                   Sólo ese ruido. Nada más. Y de pronto tuvo la terrible certeza de que esa noche
                había sido Stanley, no su padre, el que había sufrido un ataque al corazón. Con un
                gemido, accionó el pomo de vidrio tallado. La puerta no se movió. Estaba cerrada
                con llave. Súbitamente, a Patty Uris se le ocurrieron tres nuncas: Stanley nunca se
                daba un baño al anochecer, Stanley nunca cerraba la puerta a menos que
                estuviera usando el inodoro y Stanley nunca había cerrado la puerta con llave, en
                ninguna ocasión.
                   ¿Sería posible, se preguntó, prepararse para un ataque al corazón?
                   Patty se pasó la lengua por los labios. Lo llamó otra vez por su nombre. No hubo
                respuesta, salvo el persistente goteo del grifo. Al bajar la vista, vio que aún
                sostenía la lata de cerveza. Se quedó mirándola estúpidamente, con el corazón
                latiéndole en la garganta, como si nunca hubiera visto una lata de cerveza. Y
                cuando parpadeó, la lata se convirtió en un teléfono, negro y amenazante como
                una serpiente.
                   "¿Puedo ayudarla, señora? ¿Tiene algún problema?", le espetó la serpiente.
                   Patty colgó el auricular bruscamente y se apartó, frotándose la mano que lo
                había sujetado. Al mirar alrededor, vio que estaba otra vez en el cuarto del
   34   35   36   37   38   39   40   41   42   43   44