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Había escuchado todo lo que le había dicho Mike Hanlon, había respondido a
sus preguntas y hasta formulado algunas. Tenía vaga conciencia de estar
empleando una de sus voces, ninguna de las ridículas que solía emplear en la
radio (Kinki Briefcase, contable sexual, "El nombre del personaje es un juego de
palabras, Kinki hace referencia a las características del vello púbico; Briefcase, al
maletín del ejecutivo." era su favorita, y la respuesta de la audiencia era casi tan
fervorosa como la que mostraba ante su clásico coronel Buford Kissdrivel),
"Baboso" sino una voz cálida, sonora, llena de confianza. Una voz de estoy-bien.
Sonaba estupenda, pero era falsa, igual que las otras.
--¿Hasta dónde recuerdas, Rich? -preguntó Mike.
--Muy poco -dijo Rich. Hizo una pausa-. Lo suficiente, supongo.
--¿Vendrás?
--Iré -dijo Rich, y colgó.
Permaneció sentado en su estudio, reclinado en la silla de su escritorio,
contemplando el océano Pacífico. Un par de chicos estaban retozando con sus
tablas de surf. No había mucho oleaje para el surf.
El reloj de su escritorio, un costoso reloj de cuarzo regalo del representante de
una casa discográfica, marcaba las 17.09 del 28 de mayo de 1985. Naturalmente,
donde estaba Mike eran tres horas más tarde. Ya habría oscurecido. Eso le puso
la piel de gallina. Entonces decidió moverse, hacer cosas. Lo primero, por
supuesto, fue poner un disco. No lo buscó, se limitó a tomar uno cualquiera entre
los miles apilados en los estantes. El rock and roll era parte de su vida, casi tanto
como las voces, y le costaba hacer cualquier cosa sin música a todo volumen. El
disco sacado resultó ser una recopilación de la Motown. Marvin Gaye, uno de los
miembros más recientes de ese sello discográfico, que Rich solía llamar "de los
muertos", cantó I Heard It through the Grapevine.
--No está mal -dijo Rich.
En realidad, su situación estaba mal y lo cierto era que lo había dejado en la
miseria, pero tenía la sensación de que podría arreglárselas. No había problemas.
Comenzó a prepararse para volver a su casa. En algún momento de la hora
siguiente se le ocurrió que era como si hubiese muerto y se le permitiese tomar
sus últimas medidas y disponer su propio funeral. Y lo estaba haciendo bastante
bien.
Llamó a su agente de viajes pensando que a esa hora debía estar de camino
hacia su casa, pero lo intentó por si acaso. Milagrosamente, dio con ella. Le dijo lo
que necesitaba y ella le pidió quince minutos.
--Estoy en deuda contigo, Carol -dijo.
En los últimos tres años habían dejado de llamarse "señor Tozier" y "señorita
Feeny"; ahora eran Rich y Carol; muy familiar, considerando que nunca se habían
visto cara a cara.
--Muy bien, paga -dijo ella-. ¿Por qué no me haces un Kinki Briefcase?
Sin siquiera hacer una pausa (cuando uno tenía que hacer una pausa para
buscar su voz, no había, por lo regular, ninguna voz que encontrar) Rich dijo:
-Aquí Kinki Briefcase, contable sexual. El otro día me consultó un tío que quería
saber qué era lo peor de coger el sida.