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--Yo también lo oí -dijo-. Líneas cruzadas, seguro. ¿Y bien?
                   --No hay problema -dijo el empleado-. Aquí en Derry no nos visitan demasiados
                hombres de negocios.
                   --¿De veras?
                   --Oh, ayuh -asintió el empleado.
                   Rich volvió a estremecerse. Había olvidado eso, también: ese simple modismo
                de Nueva Inglaterra que reemplaza al sí. Oh, ayuh.
                   "¡Te voy a coger, basura!", aulló la voz fantasmal de Henry Bowers. Y él sintió
                que otras criptas se resquebrajaban dentro de él. El hedor que percibía no era el
                de los cadáveres putrefactos, sino el de los recuerdos podridos y eso era, de algún
                modo, peor.
                   Dio al empleado del Town House su número de la American Express y colgó.
                Luego llamó a Steve Covall, director de programación de la KLAD.
                   --¿Qué pasa, Rich? -preguntó Steve.


                   El último sondeo de audiencia había demostrado que la KLAD ocupaba el primer
                puesto en el canibalístico mercado del rock-Fm en Los Angeles. Desde entonces,
                Steve estaba de excelente humor.
                   --Bueno, tal vez lamentes haberlo preguntado -dijo a Steve-. Voy a lanzarme a la
                carretera.
                   --A lanzarte... Creo que no te entiendo, Rich.
                   --Que tengo que ponerme las botas de leguas. Que me largo.
                   --¡Cómo! Según el programa que tengo delante de mis ojos, sales al aire
                mañana desde las dos a las seis de la tarde, como siempre. Más aún, a las cuatro
                entrevistas a Clarence Clemons en los estudios. ¿Conoces a Clarence Clemons,
                Rich?
                   --Clemons puede hablar perfectamente con Mike O.Hara en vez de hacerlo
                conmigo.
                   --Clarence no quiere hablar con Mike, Rich. No quiere conversar con Bobby
                Russel. Ni conmigo. Clarence es un fanático de Buford Kissdrivel y de Wyatt el
                Homicida de la Bolsa. Quiere hablar contigo, amigo. Y no tengo ningún interés en
                encontrarme con un furioso saxofonista de ciento veinte kilos que estuvo a punto
                de ser fichado por un equipo profesional de rugby, poniéndose frenético en mi
                estudio.
                   --No tiene fama de frenético -dijo Rich-. Y estamos hablando de Clarence
                Clemons, no de Keith Moon.
                   Hubo un silencio en la línea. Rich esperó, con paciencia.
                   --Estás bromeando, ¿verdad? -preguntó Steve al fin. Sonaba quejumbroso-.
                Porque, a menos que haya muerto tu madre, que te hayan descubierto un tumor
                cerebral o algo por el estilo, esto es una putada.
                   --Tengo que irme, Steve.
                   --Entonces, ¿está enferma tu madre? ¿O ha muerto?
                   --Murió hace diez años.
                   --¿Tienes un tumor cerebral?
                   --Ni siquiera un pólipo rectal.
                   --No le veo la gracia, Rich.
                   --Ya.
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